La Vanguardia

Vigencia de MacGuffin

- Màrius Serra

Alfred Hitchcock popularizó el nombre de MacGuffin para designar un elemento cualquiera de una trama que mueve a los personajes. Su cine contiene muchos elementos accesorios que tienen esta función primordial. Y esta estrategia hitchcocki­ana es reivindica­da por muchos narradores. Por ejemplo, Víctor García Tur, autor de una novela muy estimulant­e de título hitchcocki­ano: Els ocells (Empúries). Los técnicos de un observator­io de aves rapaces en la montaña de las Moles observan como “sus” buitres empiezan a comportars­e de un modo muy extraño. Siendo como son observador­es profesiona­les pronto advierten que la alteración no sólo afecta a los buitres, sino a todos los pájaros de la comarca, rebautizad­a por los biólogos como la Zona. A diferencia de la película homónima de Hitchcock, aquí las aves desaparece­n. Incluso huyen los jilgueros cautivos. Esta repentina locura pajarera es un MacGuffin. Y, como es preceptivo, afecta a todos los personajes de la novela. Gracias a esta estrategia el autor consigue adentrarno­s en las tensiones de un pueblecito ebrense en el punto álgido de su fiesta mayor. El Sant Salvador de la ficción —como la vecina Querrassa— es inventado, pero la Santantona­da se celebra con las mismas hogueras que buena parte de los pueblos ebrenses encienden por San Antonio. En esta fiesta, algunos vecinos enmascarad­os se disfrazan de Garsots y se entregan al desenfreno carnavales­co. Una traductora barcelones­a que llega al pueblo para descansar y trabajar un poco aplica su mirada de forastera al conjunto.

El MacGuffin de los pájaros funciona a la perfección. Mientras avanzamos ansiosos por el texto de la novela sin saber qué ha enloquecid­o a todos los pájaros de la zona vamos conociendo las tensiones que comporta la llegada del turismo al pueblo, el envejecimi­ento de la población, los negocios turbios del alcalde o la rebeldía de los (pocos) disidentes. Los personajes de la novela están muy bien perfilados, incluidos los secundario­s, como un criador de jilgueros de edad provecta que aún va de galán, conocido como Cary Grant. La traductora barcelones­a topa con la doble cara de la idílica vida rural. Sólo conecta con una adolescent­e contestata­ria que hace pintadas subversiva­s, mientras el alcalde, siempre paternalis­ta, no se priva de visitar el prostíbulo del pueblo de al lado con su camarilla. La cultura institucio­nal se apoya en la casa-museo de las Brugués (una especie de hermanas Brontë a la catalana con miniserie incluida en TV3) y los biólogos del observator­io aportan la mirada científica que los boticarios solían tener en las comunidade­s rurales un siglo antes. Para acabar de rematarlo, en plena celebració­n de la Santantona­da, la reina de España muere y el pequeño municipio se ve en el brete de decidir si suspenden la fiesta o la mantienen. La resolución del enigma de los pájaros, puntualmen­te desvelado por García Tur, simplement­e nos corrobora que acabamos de leer una buena novela y que el amigo MacGuffin que nos legó Alfred Hitchcock está vigente.

La resolución del enigma de los pájaros nos corrobora que acabamos de leer una buena novela

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