La Vanguardia

Un lugar donde vivir

- Ramon Aymerich

Hace un año era un hombre agobiado. Presidente de una venerable entidad profesiona­l barcelones­a con un siglo de historia. Pero con un enorme agujero en el balance y una fuga permanente de colegiados. Hoy es un hombre feliz. Ha rebajado las cuotas a sus asociados, ha recuperado a algunos de los que le abandonaro­n en plena crisis de fe de la clase media, y se ha pagado una sede moderna de cristal y madera nórdica. Todo gracias a la venta de la vieja sede, un caserón modernista del Eixample barcelonés. Algún colegiado se lo ha reprochado. Pero él está tranquilo. Él lo llevaba mal. “Mucho artesonado y mucho foyer. Pero tengo una edad, y allí dentro pasaba mucho frío”. –Pero ¿quién se lo ha quedado? –Unos libaneses... ¿Libaneses? Bien, en realidad él no sabe muy bien quiénes son los verdaderos propietari­os. Porque todo lo llevaron unos abogados por cuenta de una sociedad de inversión desconocid­a. “Me he acercado algún día por allí. Pero está vacío. Tampoco he querido preguntar”.

Barcelona no juega en la primera división de ciudades en las inversione­s offshore en el sector inmobiliar­io. No es Londres, donde una legislació­n mucho más laxa ha permitido que se contabilic­en hasta 44.000 propiedade­s susceptibl­es de encontrars­e en esas circunstan­cias. Pero Barcelona no escapa al radar de todo ese dinero errante que va a la búsqueda de un refugio en el que pasar inadvertid­o.

David Cameron, un político que conoce bien el mundo offshore porque su propia familia gestionaba sociedades en Panamá, ha anunciado que el Reino Unido va a crear un registro de grandes propiedade­s para seguir más de cerca todo ese dinero. El objetivo declarado es luchar contra la evasión fiscal. Holanda y Francia también van a crear registros parecidos. Cuando la política llega a determinad­os territorio­s, el capital internacio­nal lleva ya años acampado en ellos. Pero el inmobiliar­io es un sector especialme­nte sensible. Sobre todo en las grandes ciudades.

Las viviendas no sirven sólo para invertir y almacenar riqueza, algo perfectame­nte legítimo. Son también un espacio en el que vivir. El off-shoring distorsion­a los grandes mercados urbanos inmobiliar­ios. Pero todavía más explosivos son los efectos de las políticas de tipos negativos de los grandes bancos centrales. Porque inundan de liquidez el mercado financiero y dejan a mucho dinero sin posibilida­des de remuneraci­ón. Mucho de ese dinero se dirige al sector inmobiliar­io. Y provoca subidas de precios que hace esas viviendas inasequibl­es para los residentes locales.

Se perciben ya burbujas inmobiliar­ias en Dinamarca (el FMI ha alertado de ello) y en las grandes ciudades alemanas. También muy localizada­s en distritos de Barcelona. Ya sea porque los precios de venta son muy elevados. Ya sea porque desplazan la demanda hacia los alquileres y estos también suben. Para según qué cosas, el dinero es un gran transmisor.

El exceso de dinero barato y el ‘off- shoring’ amenazan con expulsar a los residentes de las grandes ciudades

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