La Vanguardia

El hijo del sol

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Nada es casual. O sea, que durante un cocktail dinner al que fui invitado en el romano Palazzo Ferrajoli, construido el año 1500 y ubicado en la plaza Colonna, una colega italiana, Silvana, me preguntó por la situación política española. Luego hablamos de Catalunya y de lo que ella, veneciana, siempre asociaba con la misma. Ni Barcelona, ni Gaudí, ni Dalí. Lo que Silvana siempre asocia con Catalunya es el grupo teatral Comediants, que descubrió en su ciudad, Venecia, muerta hace ya algunos años de un infarto de turismo. “Comediants devolvió la alegría o el alma a nuestro carnaval”. Eso me aseguró la rubia Silvana mientras yo observaba a través de una gran ventana la columna dedicada al emperador Marco Aurelio y el pianoforte que da nombre a uno de los salones del palacio romano.

El Palazzo Ferrajoli fue sede de la embajada de Francia en los tiempos de Napoleón. Y si he comenzado diciendo que nada es casual es porque una semana antes de coincidir en Roma con Silvana había asistido a la inauguraci­ón de cierta exposición que puede verse en el Palau Robert, mucho menos literario y cinematogr­áfico que el Ferrajoli. Me refiero a la exposición que está dedicada al grupo Comediants.

Es la imagen de un demonio, quizá más bueno que malo, la que da la bienvenida a los visitantes de esa exposición. El vestíbulo está resuelto en blanco y negro y forrado con hojas de diario en las que aparece Franco bajo palio, el anuncio de un automóvil Simca o el descomunal bañador Meyba que usó el entonces ministro de Informació­n y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, para mojarse en la mar y así desmentir que aquellas bombas que se les cayeron a unos aviones estadounid­enses en tierras andaluzas no eran nucleares y no contaminab­an. Pero nadie lo creyó. Quién iba a creer a un hipopótamo con bañador. Nadie.

Tras una puerta-espejo, que se abre automática­mente, se entra en el color, en los pasacalles, en las máscaras, en los gigantes y cabezudos, en los viajes, en las plazas, en las calles, en los escenarios. Se entra en la historia de Comediants, que está presidida por el sol, hacia el que viajaron los componente­s de ese grupo de cómicos buscando una utopía, que eso simbolizab­a y sigue simbolizan­do el sol para ellos. Comediants cogió el sol, la luna, el fuego festivo, los pasacalles, los gigantes y cabezudos y con todo eso tan tradiciona­l fue capaz de crear un nuevo lenguaje. Incluso logró que varios músicos vegetarian­os volvieran a la carne.

Yo no he participad­o en ninguna manifestac­ión. Y creo que tampoco he formado parte de ninguna procesión. Yo solo he seguido a Joan Font, fundador de Comediants, y a su tropa de cómicos. Llegaban a una población, por ejemplo Tàrrega, y comprobaba­s cómo le devolvían la alegría y el color de la fiesta. Y eso mismo fue lo que hice hace unas semanas cuando se inauguró en el Palau Robert la exposición dedicada a Comediants. Joan Font iba delante y los demás le seguíamos.

Todos o algunos de los de entonces. Los que estuvimos, por ejemplo, en Tàrrega y quisimos estar también en el Palau Robert hemos perdido ya el pelo o peinamos demasiadas canas, pero la música, el pasacalle y las imágenes del sol y la luna nos devolviero­n las ganas de vivir la fiesta como solo Comediants invita a vivirla. Y el corto trayecto que va del edificio de la Diputació de Barcelona, en la rambla Catalunya, a los jardines del Palau Robert se me antojó, nuevamente, una suerte de viaje iniciático, pero con alegría, porque los llamados viajes iniciático­s son todo menos alegres. Joan Font dirigiendo la procesión laica y Jaume Bernadet, vestido de antiguo portero de circo, ejerciendo también de maestro de ceremonias. Allí estaban el sol y la luna. Y los diablos, sus cuernos, sus colas y todos sus fuegos haciendo de las suyas en la azotea del Palau Robert. Yo creo que estaba también el alma con sombrero de Federico Fellini.

Joan Font, menudo, imaginativ­o, nació en Olesa de Montserrat y cuando llegaba la verbena de Sant Joan su padre le aseguraba que todas aquellas hogueras que iluminaban la noche se encendían únicamente para él. Fue, pues, observando aquellas hogueras que le entró la vocación. Una vocación que se llama Comediants y que ha paseado la fiesta mediterrán­ea por todo el mundo.

“En el teatro, como en la vida, hemos de aprender a llevar nuestra propia máscara”. Esto dice Joan Font. Creo que yo he sido solo niño mientras recorría las calles y cruzaba las plazas siguiendo a Comediants, que supo crear un nuevo lenguaje que entendiero­n todos. Gracias, Joan, por todo aquello.

 ?? XAVIER GÓMEZ / ARCHIVO ?? Font, durante el rodaje del anuncio conmemorat­ivo del 40 aniversari­o de Comediants, en el 2012
XAVIER GÓMEZ / ARCHIVO Font, durante el rodaje del anuncio conmemorat­ivo del 40 aniversari­o de Comediants, en el 2012
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