Los ultras pierden por la mínima las elecciones en Austria
El voto por correo da al ecologista Van der Bellen la presidencia
El ecologista de izquierda Alexander van der Bellen, un hijo de inmigrantes rusos de Estonia descendientes de holandeses, será después de su presentación ante las dos cámaras del parlamento el 8 de julio, el nuevo presidente de Austria. En el último momento fueron los votos emitidos por correo los que decidieron la suerte final en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Van der Bellen venció por un estrecho margen de 31.026 votos –sobre un total de 4.477.942– al candidato del partido de extrema derecha FPÖ, Norbert Hofer. El resultado final (50,3% a 49,7%) muestra un país partido en dos.
En sus primeras declaraciones como presidente electo Van der Bellen utilizó un tono moderado y reflexivo. Lo hizo al aire libre, en el ambiente de uno de los centenares de palacetes con parquecito que hay en Viena. Empezó diciendo que tenía conciencia de la responsabilidad que había asumido ante los electores, “que son los verdaderos soberanos”.
Mencionó que en los últimos tiempos se habían abierto muchas fosas y trincheras, pero insistió en que no había que dramatizar: “Las trincheras ya existían, pero no nos habíamos dado cuenta”. Para evitar la polarización Austria necesita una nueva cultura del diálogo, dijo. Según Van der Bellen es evidente que hay que ocuparse más de las preocupaciones reales de la población y “prestar más atención a las explosiones de ira”. Los electores austríacos dieron la espalda, en la primera vuelta de las presidenciales, a los dos partidos de la “gran coalición” gobernante, de conservadores y socialistas.
Van der Bellen subrayó que dentro de su programa está en primer lugar conseguir una buena cooperación con el Gobierno y con el parlamento. Mientras su contrincante, Nobert Hofer, había repetido en numerosas ocasiones que, si salía elegido, utilizaría al máximo las atribuciones del cargo de presidente, Van der Bellen prometió que utilizaría con cautela los derechos y las obligaciones anejas al cargo, buscando lo que propicie la unión.
En su parlamento, de quince
“Las trincheras ya existían, pero no nos habíamos dado cuenta”, constata el presidente electo
minutos, reconoció que el fáctico empate de votos significaba no sólo una partición, sino indicaba que Austria se componía de dos mitades y que “las dos mitades son igualmente importantes”.
Como ha sido siempre habitual en estos casos, el presidente electo confirmó que no representaba ningún partido y que en este momento suspendía su condición de miembro de los Verdes.
Desde la cancillería y poco antes del Parlamento de Van der Bellen, el recién nombrado canciller, el socialista Christian Kern, y el vicecanciller popular Reinhold Mitterleher habían comentado por ver primera el resultado electoral. Ambos expresaron su confianza en el talante proeuropeo y abierto del presidente electo, “que no generaría ya miedos”. Dirigiéndose indirectamente a todos los que no votaron a ninguno de los candidatos gubernamentales, Kern y Mitterlehner dijeron que “entendían el mensaje”. De forma especial dijeron que esperaban “un presidente para todos” y una cooperación profesional.
Con la elección del nuevo presidente, el clima de tensión política y de polarización en que se encuentra Austria debería ir reduciéndose. El país no estuvo nunca en los últimos decenios tan dividido como ahora. Los analistas en demoscopia han revelado que la mitad de los votantes ha votado a su candidato con la intención de evitar que saliera elegido el contrincante. Es decir, una buena parte de los que han votado a Van der Bellen no lo hicieron por sus simpatías hacía él, sino con el propósito de impedir simplemente que Hofer lo fuera. Y viceversa, la mitad de quienes votaron a Hofer lo hicieron contra la elección de Van der Bellen. Se trata por lo tanto de una selección negativa, que refleja una cultura política de “los nuestros” y “los otros”.
En las presidenciales no se elegía entre programas políticos, sino entre personas. Puesto que los partidos en el poder gozan de un rechazo mayoritario de la población, los electores tuvieron que escoger entre dos símbolos. Van der Bellen era para unos el símbolo de una izquierda ilustrada, liberal y europeísta, mientras que para otros era el portaestandarte intelectual de una conjura internacional marxistoide y masónica, dispuesta a destruir los valores tradicionales del país. Norbert Hofer era para sus partidarios un “hombre del pueblo”, el garante del cambio y de una reforma política. Para sus detractores no era más que el hombre de paja del imprevisible jefe del partido nacional-liberal, Christian Strache, un populista radical de derechas a quien se atribuyen inclinaciones autoritarias y xenófobas.
“Una derrota de Van der Bellen sería una derrota de Austria”: no era infrecuente escuchar el domingo frases como ésta, mientras otros confiaban en que una victoria de Hofer impediría la llegada de nuevos inmigrantes y salvaría la nación austríaca de mayores males. El conocido excomisario austriaco del partido popular en la UE, Franz Fischer, expresó por ejemplo y con claridad sus temores de que un presidente como Hofer fuera un antecedente negativo en la Unión Europea. El ministro de Exteriores austriaco, Sebastian Kurz, se vio obligado a declarar en Bruselas que Austria continuaría cumpliendo sus obligaciones frente a la UE.
Envalentonado por los votos obtenidos el FPÖ intentará ahora probablemente provocar cuanto antes elecciones parlamentarias para aprovechar la inercia de su éxito.