Fútbol y agitación política
EL Barça se impuso el domingo al Sevilla en la final de la Copa del Rey, por dos goles a cero. De este modo sumó un nuevo título a su palmarés, que se une esta temporada, en anhelado doblete, al previamente obtenido de la Liga. El club catalán no estará en la final de la Champions, la máxima competición europea. Pero, por lo demás, puede darse por satisfecho, tras haber conquistado las dos principales competiciones españolas.
La final de Copa disputada en el estadio Vicente Calderón tuvo una antesala de componente extradeportivo. La decisión de la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, de prohibir la exhibición de esteladas en las graderías enrareció mucho el ambiente previo. Posteriormente, un juez del contencioso-administrativo de Madrid dejó sin efecto tal decisión, al estimar que la exhibición de estelades no vulneraba la ley del Deporte. Aun así, la final se celebró en una atmósfera enturbiada, impropia de un festejo deportivo como este.
Dicho lo cual, añadiremos que el encuentro futbolístico discurrió en una línea muy plausible. Hubo algún que otro roce entre las aficiones, consustancial a este tipo de competiciones. Pero, en términos generales, el ambiente en las gradas fue más relajado que el vivido en los medios y en las redes en los días anteriores al partido, cuando pareció, debido al enfrentamiento de opiniones de parte, que más que un partido de fútbol los asistentes al encuentro iban a presenciar un conflicto de incierto final.
Todo lo dicho invita a la reflexión. Y nos hace pensar que este tipo de encuentros deberían dirimirse en una esfera estrictamente deportiva. Son muchos los agentes interesados en pasarlos por un filtro político, en aprovechar cualquier evento, sobre todo los que son masivos y gozan de profusa cobertura mediática, para tratar de difundir las propias ideas o posiciones políticas. Así es como se acaba alterando el ambiente de determinados partidos. Y así es como se quiso alterar el de la final de la Copa del Rey.
Si buscáramos causas de esta situación, las descubriríamos en ambos lados. Determinadas entidades que luchan por la independencia de Catalunya han encontrado en este tipo de partidos con gran cantidad de espectadores y retransmisión nacional una caja de resonancia para sus reivindicaciones. Desde algunas formaciones políticas de estricta observancia nacional española no se duda en echar leña al fuego y aprovechar también la ocasión para ahondar en las diferencias entre unos y otros. Lo mismo hacen todos aquellos que creen imprescindible dedicar una sonora pitada al himno nacional español. Y no olvidemos que varios diarios resumieron ayer el partido con titulares de portada en los que prevalecían los elementos políticos sobre los deportivos...
Sin embargo, durante el encuentro, sobre el terreno de juego y en las graderías, tanto los jugadores como los espectadores se comportaron. Hubo pasión sobre el césped y también en las gradas, desde luego. Pero en esta ocasión, felizmente, prevaleció el fútbol sobre la propaganda política, y los asistentes dieron pruebas de civismo y sentido común. Tomen nota de ello quienes tratan de utilizar cualquier celebración plural en beneficio propio y promueven la discordia ante partidos de esta trascendencia. Hay un tiempo y un escenario para la política. Hay otros para el fútbol. Y no es necesario que se solapen.