Democracia ‘low cost’
La democracia low cost consiste en: reducir los costes de las campañas electorales, hacer únicamente las que estaban previstas, celebrar un solo debate televisivo, sólo prestar atención pública a los cuatro principales partidos, evitar los mítines multitudinarios y sustituirlos por microdeclaraciones en Twitter, abandonar el cuerpo a cuerpo con los electores para mostrarse públicamente en todos los programas de televisión posibles o prohibir la estelada para avivar el debate político. Una concepción de la democracia que abona la tesis de que es un sistema farragoso, tedioso y caro. Una valoración que incide en ahorrar a los ciudadanos el espectáculo de unas nuevas elecciones no previstas. Lo han declarado algunos dirigentes políticos, indicándonos hasta qué punto algunos ven la democracia como un asunto de costes y no su valor. La famosa aseveración de Winston Churchill a favor de la democracia –“Sí, la democracia es realmente la peor forma de gobierno, quitando todos los demás sistemas que se han probado en la historia”– fue en respuesta a una persona que quería saber la razón por la que apostamos por la democracia cuando crea formas de gobierno débil. Asistimos, pues, a una forma de hacer política en la que las elecciones son entendidas como trámite democrático y no como su factor esencial, sin el que la democracia carece de sentido.
La propuesta de reducir los gastos electorales para legitimar la campaña electoral a los ojos de los ciudadanos tiene mucho de demagogia y encierra en su interior una idea turbadora: asociar la inversión publicitaria como un acto de despilfarro cuando es un acto de comunicación. Se nos promete que en la próxima legislatura se acometerá un plan de reformas que cambiarán nuestra arquitectura institucional mientras sólo se discute si habrá o no debates televisivos. Se habla de grandes ideales políticos convertidos en 140 caracteres que acaban siendo titulares de los informativos. El fracaso de los partidos políticos no es que tengamos que volver a concurrir a unas nuevas elecciones, sino las condiciones en las que se harán. Unas condiciones que convierten el proceso electoral en un espectáculo de low cost, en el que el único momento de verdad lo ponen los votantes al depositar su voto pensando en lo mejor para los suyos, para todos.