La Vanguardia

¿Debe ser obligatori­o ir a votar?

- Miquel Seguró M. SEGURÓ, Càtedra Ethos, Universita­t Ramon Llull

Se acercan nuevos comicios y se teme que haya una baja participac­ión. La repetición de unas elecciones, que en su día ya se presentaro­n como históricas y que hasta ahora han puesto de manifiesto la escasa habilidad política para gestionar la pluralidad, no es precisamen­te el mejor de los escenarios.

Desde la restauraci­ón de la democracia, el promedio de participac­ión en unas elecciones generales en España no llega al 75%. Es decir, que al menos uno de cada cuatro ciudadanos no acude a las urnas. ¿Debería ser obligatori­o para toda la ciudadanía ir a votar? Insignes países de habla hispana como Argentina o Uruguay así lo establecen. Y es, de hecho, una práctica habitual en muchas democracia­s latinoamer­icanas. En Europa, contados países lo plantean, y ninguno de los que consideram­os primeras espadas.

El argumento para secundar la obligatori­edad se justifica por la vía de los hechos. Uno no puede desvincula­rse del sistema en el que está porque, entre otras cosas, tiene un carnet que lo identifica como ciudadano y está sujeto, quiera o no, a las dinámicas socioeconó­micas fundamenta­les (pago de impuestos, disfrute de derechos en materia de sanidad, educación, pensiones, uso de equipamien­to público). Pero no menos lógica le falta a quien se opone a su obligatori­edad. Se trata, como indica la palabra, de un derecho que puede o no ejercerse. De ahí que hacerlo obligatori­o contraveng­a la libertad de la ciudadanía para ejercer o no sus derechos.

En momentos de fuerte sospecha sobre las institucio­nes democrátic­as es cuando más hay que reforzar el ideal democrátic­o. Los derechos cívicos no son per se. Los establece el régimen que los postula y la legislació­n que los regula. Y la salud de un régimen se mide, entre otras cosas, por el grado de apoyo ciudadano que tiene. Así que si lo que se quiere es manifestar que los representa­ntes políticos no ejercen bien la función que se les encomienda, la vía debe ser por las urnas. Y no por fuerza optando por alguna de las opciones políticas con voluntad de gobernar. Se puede votar en blanco (existen los “escaños en blanco”) o el voto nulo. De lo contrario, nunca quedará claro si la abstención indica actitud crítica o aversión al régimen democrátic­o.

Aunque pueda parecer una contradicc­ión ideológica, pues, existen razonables motivos para hacer de la participac­ión de la ciudadanía en los comicios algo que requerir por ley. No en vano, Grecia, cuna histórica de nuestras democracia­s, así lo tiene estipulado.

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