Un cuarto de hora
Cuando la delegada del Gobierno en Madrid prohibió las estelades, el presidente Carles Puigdemont hizo gala de su instinto político y dijo que de esa España es de la que se quiere marchar. Yo en su lugar hubiera dicho lo mismo: un buen soberanista no puede desperdiciar ese regalo político. Mal conductor del proceso sería si no hiciese cuestión de honor de la prohibición de una bandera que no es la de todos los catalanes, pero es la que marca rumbo a la desconexión. Si el señor Puigdemont fuese un provocador, incluso iría más lejos: se presentaría en la puerta del estadio envuelto en la estelada prohibida y a ver qué hacían los servicios de seguridad. O algo mejor todavía: como a él no le habrían cacheado, sacaría del bolsillo la estelada y la luciría delante del rey de España. Quedaría muy simbólico. Casi heroico. Pasaría a los libros de historia. Pero Puigdemont no es un agitador.
Después, un juez del juzgado de lo contencioso, también de Madrid, anuló la orden de la delegada, permitió las estelades por aquello de la libertad de expresión y alguna cosa más, y el presidente Puigdemont anunció que en esas nuevas condiciones ya podía asistir a la final, pero no le escuché ni leí ningún comentario sobre la decisión judicial. Por tanto, me quedé con una duda: es evidente y hasta razonable que haya que largarse de la España de la señora Dancausa, pero ¿no invita a quedarse un poquito más, aunque sólo sea un cuarto de hora más, la España que hay detrás de la resolución del juez?
Lo planteo tímidamente porque la vida y la historia están llenas de errores administrativos. Incluso de grandes injusticias administrativas. Pero un Estado habitable se distingue de un Estado inhabitable por sus leyes y por su administración de justicia. El habitable tiene leyes e instituciones que se enfrentan al poder político, a sus abusos y caprichos, y después de lo visto con las estelades, a mí me pareció que el Estado español es algo, incluso bastante, habitable. No diré que sea perfecto ni paradisíaco, pero sí medianamente habitable. Aunque sea, insisto, un cuarto de hora. Y eso es lo que no quiso reconocer el señor Puigdemont. Hubiera ganado credibilidad.