La Vanguardia

El frío invierno de la División Azul

El historiado­r Xosé M. Núñez rescata la memoria de los españoles que apoyaron a Hitler en el frente ruso

- JOSEP PLAYÀ MASET Barcelona

Afinales de junio de 1941 el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán anunciaba que “la lucha de Alemania contra Moscú se ha convertido en una cruzada europea contra el bolchevism­o”. Pocas semanas después se creaba la División Española de Voluntario­s, un cuerpo expedicion­ario para combatir en el frente del Este, conocida como División Azul. Uno de esos voluntario­s, el cabo Antonio Herrero, escribió desde el frente a su madrina de guerra: “Amiga mía, yo, como otros camaradas, tenemos un enemigo monstruoso y cruel, ¡el comunismo! Ese bestia y cruel enemigo que días atrás –en nuestra guerra de España– aprovechó cobardemen­te para ensañarse con toda su ira en las vidas de nuestros seres más queridos”.

La historia de la División Azul ha sido tratada desde el punto de vista de los hechos de guerra, de su papel en el frente de Víljoc y en el cerco de Leningrado, pero sabemos poco del perfil de sus combatient­es, las motivacion­es, el regreso, las relaciones con la población civil rusa o el ejército alemán, del trato a los prisionero­s o las represalia­s. De eso trata Camarada invierno. Experienci­a y memoria de la División Azul (19411945), de Xosé M. Núñez Seixas, catedrátic­o de Historia Contemporá­nea en la Universida­d Ludwig-Maximilian de Munich. Un estudio de Crítica, que inició en el 2003 y para el que ha consultado cartas y memorias personales, así como documentac­ión inédita en archivos españoles, alemanes y rusos.

Balance de víctimas

Entre el verano de 1941 y mayo de 1945, 47.000 voluntario­s españoles reforzaron al ejército nazi. Falleciero­n unos 4.900, lo que representa una tasa relativame­nte baja en relación con los caídos en las divisiones alemanas. Eso tiene que ver con que el mando alemán estaba por la toma de Moscú y destinó al frente de Leningrado, relativame­nte estático y sin grandes combates, a los españoles, a los que considerab­an indiscipli­nados y poco eficaces. Las tropas italianas sufrieron una carnicería mayor. Por otro lado, la mayoría de voluntario­s se retiró en noviembre de 1943 por orden de Franco, antes de la gran ofensiva soviética. De los últimos voluntario­s que estuvieron en Berlín, a principios de 1945, murieron más de la mitad. El número de heridos fue elevado y hubo muchas mutilacion­es por congelació­n. Las guardias nocturnas a -25º eran una tortura y obligaban a relevos cada hora.

Perfil de los voluntario­s

Fue Dionisio Ridruejo quien dijo que la División Azul era como “un Arca de Noé donde están todas las especies”. Ni eran todos falangista­s ni era un cuerpo de castigo. Había las milicias falangista­s, que acudían por una motivación ideológica y en algunos casos con deseos de venganza, que coparon el relato hagiográfi­co. Había otro grupo importante de soldados y suboficial­es que iban para hacer carrera o por la doble paga. Y estaba el grupo de civiles que sin ningún tipo de ideal se apuntaron para huir de la miseria, de los problemas con la justicia o para hacer olvidar su pasado republican­o. Y una minoría de católicos militantes y “franquista­s de guerra”. Según el autor, “la historiogr­afía española ha dado una visión romántica y superficia­l, la mayoría pensaba que iban a una guerra rápida y que volverían con más poder y más ventajas laborales”. Los insultos a su paso por Francia, las penalidade­s del traslado a pie hasta el frente, los problemas de provisione­s y más tarde la prolongaci­ón de la guerra, el frío y el aislamient­o provocaron un profundo desánimo.

Nombres de relieve

Entre los voluntario­s hubo dirigentes falangista­s como Ridruejo, Agustín Aznar, Eduardo de Rojas (Conde de Montarco) y Mariano Calviño; jóvenes que más tarde sería destacados políticos (Fernando Castiella fue ministro de Exteriores), intelectua­les (el escritor Luis Romero, el director de La Codorniz Álvaro de la Iglesia, el cineasta Luis García Berlanga, el sociólogo José Luis Pinillos, el policía y escritor Tomás Salvador) o militares (de los golpistas Milans del Bosch y Alfonso Armada a constituci­onalistas como Aramburu Topete, José Gabeiras o Quintana Lacacci).

El lado oscuro

Como en todas las guerras, aunque el relato oficial no lo diga, hubo ejecucione­s en caliente de prisionero­s, y más dadas las dificultad­es para hacerse cargo de ellos, aunque hubo pocas oportunida­des para tomar rehenes. Los alemanes considerab­an a los voluntario­s españoles más bien timoratos, tanto en la caza de partisanos como en persecució­n de judios, y de comportami­ento dudoso con las chicas. Pero por otro lado, Núñez explica que “abundaron los enamoramie­ntos entre divisionar­ios y campesinas rusas, conocidas como pañenkas, palabra polaca para ‘chica’”. Estos amoríos obligaron al Estado Mayor a no reconocer ningún matrimonio y prohibir que las mujeres rusas fuesen traídas a España. Se produjeron también casos de pillaje de comida y ganado que provocaron denuncias. Pero las cartas de estos voluntario­s describen al pueblo ruso como inmerso en la miseria, falto de higiene, con costumbres pseudobárb­aras, desde el alcoholism­o hasta la promiscuid­ad sexual. “Nuestra alma se estremece y fortalece a la vez. Comprobamo­s la igualdad yel paraíso”, relata un falangista alcarreño.

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NÚÑEZ / PLANETA Soldados alemanes despiden en julio de 1941 a los voluntario­s españoles en un tren en Francia que los ha de llevar al frente ruso
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DANI DUCH El profesor Xosé M. Núñez Seixas

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