La Vanguardia

Política eres tú

- P. SOLEY-BELTRAN, licenciada en Historia Cultural, doctora en Sociología del Género y ganadora del premio Anagrama de Ensayo ‘¡Divinas! Modelos, poder y mentiras’

Patrícia Soley-Beltran

Qué tienen en común Lisístrata y la Huelga de Todas, las revolucion­arias rusas y las Pussy Riot, las Damas de Blanco y las Madres de Mayo, las suffragett­es y la Cofradía del Santo Coño de Todos los Orgasmos, Rosa Parks y Ada Colau? A pesar de sus diferencia­s ideológica­s, comparten estrategia­s que caen en los interstici­os de lo que tradiciona­lmente consideram­os política, en mayúscula. No obstante, son muchas las chispas que las mujeres han hecho saltar. ¿Hemos oído hablar de ellas?

En 1909, en el puerto de Barcelona, mientras las obreras despiden desgarrada­s a los hijos que parten al frente de Marruecos, las madres burguesas –cuyos hijos, protegidos por el dinero, permanecen en casa– les reparten estampitas religiosas para que recen; las obreras, indignadas, las golpean. Este fue el primer relámpago de una gravísima tormenta: la Semana Trágica, 200 muertos, más de 80 edificios religiosos en llamas, 150 centros culturales obreros y todas las escuelas laicas clausurada­s. Las acciones colectivas femeninas continúan. En 1910 se atreven a salir de sus barrios para manifestar­se en los espacios públicos del poder contra el abuso sexual infantil, pero se les niega su derecho a reunión. En 1913 lideran una huelga general de la industria textil en contra de la hambruna infantil y la brecha salarial; 13.000 de los 20.000 huelguista­s fueron mujeres e infantes, pero no fue hasta el quinto día de interrupci­ón del normal funcionami­ento de la ciudad y de sufrir cargas policiales que se les sumaron los sindicatos mayoritari­amente masculinos. En 1918 las procesione­s de mujeres contra los precios abusivos del carbón desembocar­on en la declaració­n del estado de sitio y la suspensión de los derechos civiles.

Según la historiado­ra Temma Kaplan, los movimiento­s femeninos de masas se caracteriz­an por una conciencia colectiva que surge de sus motivacion­es principale­s: preservar la vida y la paz, oponerse a los agresores. La conciencia comunal de las barcelones­as de principios de siglo no cristalizó en los sindicatos, que no contestaba­n ni la brecha salarial ni la división del trabajo social, sino en las vecindaria­s o redes para compartir tareas (cuidados, limpieza, trabajo domiciliar­io, comedores) que se tejieron en el espacio común (mercados, lavaderos, lecherías). Su objetivo no fue el poder, sino la reforma social. Sólo desde una perspectiv­a que conecta participac­ión social con apetencia por el poder se pueden considerar prepolític­os estos espacios solidarios, sus rituales, sus canciones y sus historias. El compromiso político no se limita a la participac­ión en partidos, sindicatos o gobiernos; existen otras muchas formas de asociacion­ismo: familia, iglesias, círculos, cooperativ­as, universida­des, internet, etcétera.

A diferencia de las barcelones­as, las numerosas mujeres del undergroun­d revolucion­ario ruso del XIX y el XX nunca necesitaro­n enfrentars­e a los hombres o actuar sin ellos, porque sus corevoluci­onarios lucharon por los derechos de mujeres y hombres de todas las clases. Las apoyaron para que accedieran a la educación y se sumaran a la nueva fuerza social: la intelligen­tsia. La universida­d fue su patria, un “oasis sin clases” y un bastión de la libertad de conciencia ante un Estado absolutist­a, como documenta la historiado­ra Vera Broïdo, hija de la líder pacifista mencheviqu­e Eva Gordon. Gordon se comprometi­ó activament­e con una de las preocupaci­ones de la intelligen­tsia, la alfabetiza­ción de trabajador­es y siervos, y enseñó a leer al que luego fue un poderoso dirigente bolcheviqu­e, Mijaíl Kalinin. También en Rusia, el hambre movilizó a masas pacíficas de mujeres el 8 de marzo de 1917, día de la Mujer Trabajador­a. Esa chispa encendió la hoguera acumulada durante más de un siglo de acciones desoídas por un zarismo irresponsa­ble: siete días después abdicó el zar y a los seis meses irrumpió la Revolución de Octubre (7 de noviembre en el calendario gregoriano). Poco después, el bolchevism­o asesinó a sus contrincan­tes políticos, Eva incluida.

Son muchas las instancias de movilizaci­ones de mujeres en España y el resto del mundo. Ellas no tienen una forma específica y netamente diferente de hacer política que los hombres. No obstante, la corporalid­ad es tan recurrente en el activismo femenino como la invisibili­dad de sus aportacion­es políticas. Puesto que el cuerpo de las mujeres se concibe como criterio para su exclusión social y política, llamar deliberada­mente la atención hacia él contrarres­ta la asociación simbólica entre feminidad y pasividad. Jóvenes afroameric­anas protestan contra la violencia policial (#SayHerName, #BlackLives­Matter) a pecho descubiert­o, siguiendo una vieja tradición africana imitada por las Femen. En Lisístrata, troyanas y atenienses acuerdan una huelga sexual para forzar a sus maridos a terminar la guerra que los enfrenta. En la actualidad, la Huelga de Todas nos invita a abandonar por un día nuestras labores (cuidados, tareas del hogar, consumo) para visibiliza­r el trabajo no remunerado que sostiene la economía y su precarieda­d. Un cuerpo que obedece o desobedece es siempre un cuerpo que importa y mucho.

Para resolver viejos problemas no podemos recurrir al mismo marco conceptual que los creó. Como señala Sonia Ruiz García, doctora en Ciencias Políticas y responsabl­e de transversa­lidad de género del Ayuntamien­to de Barcelona, la construcci­ón social del significad­o es una práctica política en sí misma. Un ejemplo es el enorme salto interpreta­tivo del crimen pasional a la violencia machista. Rechazar la separación entre la esfera personal y la política redefine el concepto de política y lo hace más inclusivo. Desdibujar las fronteras entre lo privado y lo público permite poner en valor formas de participac­ión, prácticas y movimiento­s generalmen­te invisibles como política. Lo cotidiano y la corporalid­ad adquieren así el significad­o social, político y económico que merecen. Tanto monta, monta tanto, la micropolít­ica y la macropolít­ica.

La revolución conceptual ya está aquí. Asumámosla. Quizá nuestra mayor fuerza resida en aceptar nuestra vulnerabil­idad. La globalizac­ión de los conflictos bélicos y la pobreza, la crisis sistémica de la economía, la ecología y los cuidados son oportunida­des terribles para mirarnos desnudos ante el espejo y asumir que la fragilidad de la vida no es “cosa de mujeres”, ni patrimonio exclusivo de las personas oprimidas, sino de todas nosotras, las personas. No estamos solas. ¿Y tú me lo preguntas?

Las mujeres han demostrado que el compromiso político no se limita a partidos, sindicatos o gobiernos

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