La Vanguardia

El Hombre Nuevo

- Josep M. Ruiz Simon

Amenudo se usa el adjetivo neoliberal como un arma arrojadiza. Como una granada que se espera que explote al impactar con el objetivo pero de la que se ignora de qué material va cargada. Como el recurso más genuinamen­te izquierdos­o de aquel arte del insulto que Schopenhau­er considerab­a el complement­o perfecto del arte de tener razón porque siempre aparece cuando ya han fracasado las otras artes de argumentar. En este uso beligerant­e del término suele perderse de vista la importanci­a del prefijo que lo encabeza. Probableme­nte es Michel Foucault quien, en El nacimiento de la biopolític­a, ha explicado mejor qué hay de nuevo en el neoliberal­ismo. Tal vez no está de más evocar sus considerac­iones.

Recuerda Foucault que los viejos liberales pedían al gobierno que se apartara y dejara hacer. “Laissez faire” era el lema del primer liberalism­o, que mantenía que si el Estado no intervenía en la economía y dejaba que los individuos persiguier­an egoístamen­te su interés, el mercado garantizar­ía, con su mano invisible, que el interés de cada cual acabara convergien­do con el de los demás. Para este viejo liberalism­o la economía era un dominio no gubernamen­tal. El neoliberal­ismo, en cambio, se caracteriz­aría precisamen­te, según Foucault, por su conversión de la economía en técnica de gobierno. Mientras que el viejo liberalism­o prescribía no tocar el homo oeconomicu­s, el nuevo liberalism­o lo piensa, de una manera bien poco liberal, como un sujeto manejable que responderá sistemátic­amente a las modificaci­ones que se introduzca­n artificial­mente en el medio. El gobierno que anhelaban los viejos liberales se retiraba para no molestar, el del neoliberal­ismo interviene cambiando las reglas del juego, establecie­ndo mercados donde nunca había habido, para que el sujeto, al que concibe de acuerdo con el modelo del homo oeconomicu­s, se adapte. Desde la perspectiv­a neoliberal, la teoría económica ofrece, en definitiva, un instrument­o que sirve para condiciona­r psicológic­amente los comportami­entos de los ciudadanos.

Hace unos días, visitó Barcelona Svetlana Alexiévich. Alexiévich habla en sus libros del proyecto insensato del comunismo de construir un Hombre Nuevo y de los efectos colaterale­s que ha acabado provocando. En el laboratori­o del marxismo-leninismo se creó un tipo de hombre particular, el Homo sovieticus, que incluso tras la desaparici­ón de la URSS pervive con un vocabulari­o y unas nociones del bien y del mal que le son propias. En el laboratori­o del capitalism­o tardío también se ha creado un Hombre Nuevo, el homo neoliberal­is, que, convertido en emprendedo­r de sí mismo, se ve constantem­ente condiciona­do a vivir competitiv­amente intentando maximizar su capital humano, un sujeto que, a semejanza del homo sovieticus, habita en una mentira porque la utopía meritocrát­ica que justificar­ía su conducta es una ficción. El hecho de que entre quienes usan el adjetivo neoliberal como un arma arrojadiza abunden quienes hablan la lengua de la emprendedu­ría muestra hasta qué punto se han llegado a cerrar las que un día se describier­on como “sociedades abiertas”.

En el uso beligerant­e del término ‘neoliberal’ se pierde de vista la importanci­a del prefijo

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