El Hombre Nuevo
Amenudo se usa el adjetivo neoliberal como un arma arrojadiza. Como una granada que se espera que explote al impactar con el objetivo pero de la que se ignora de qué material va cargada. Como el recurso más genuinamente izquierdoso de aquel arte del insulto que Schopenhauer consideraba el complemento perfecto del arte de tener razón porque siempre aparece cuando ya han fracasado las otras artes de argumentar. En este uso beligerante del término suele perderse de vista la importancia del prefijo que lo encabeza. Probablemente es Michel Foucault quien, en El nacimiento de la biopolítica, ha explicado mejor qué hay de nuevo en el neoliberalismo. Tal vez no está de más evocar sus consideraciones.
Recuerda Foucault que los viejos liberales pedían al gobierno que se apartara y dejara hacer. “Laissez faire” era el lema del primer liberalismo, que mantenía que si el Estado no intervenía en la economía y dejaba que los individuos persiguieran egoístamente su interés, el mercado garantizaría, con su mano invisible, que el interés de cada cual acabara convergiendo con el de los demás. Para este viejo liberalismo la economía era un dominio no gubernamental. El neoliberalismo, en cambio, se caracterizaría precisamente, según Foucault, por su conversión de la economía en técnica de gobierno. Mientras que el viejo liberalismo prescribía no tocar el homo oeconomicus, el nuevo liberalismo lo piensa, de una manera bien poco liberal, como un sujeto manejable que responderá sistemáticamente a las modificaciones que se introduzcan artificialmente en el medio. El gobierno que anhelaban los viejos liberales se retiraba para no molestar, el del neoliberalismo interviene cambiando las reglas del juego, estableciendo mercados donde nunca había habido, para que el sujeto, al que concibe de acuerdo con el modelo del homo oeconomicus, se adapte. Desde la perspectiva neoliberal, la teoría económica ofrece, en definitiva, un instrumento que sirve para condicionar psicológicamente los comportamientos de los ciudadanos.
Hace unos días, visitó Barcelona Svetlana Alexiévich. Alexiévich habla en sus libros del proyecto insensato del comunismo de construir un Hombre Nuevo y de los efectos colaterales que ha acabado provocando. En el laboratorio del marxismo-leninismo se creó un tipo de hombre particular, el Homo sovieticus, que incluso tras la desaparición de la URSS pervive con un vocabulario y unas nociones del bien y del mal que le son propias. En el laboratorio del capitalismo tardío también se ha creado un Hombre Nuevo, el homo neoliberalis, que, convertido en emprendedor de sí mismo, se ve constantemente condicionado a vivir competitivamente intentando maximizar su capital humano, un sujeto que, a semejanza del homo sovieticus, habita en una mentira porque la utopía meritocrática que justificaría su conducta es una ficción. El hecho de que entre quienes usan el adjetivo neoliberal como un arma arrojadiza abunden quienes hablan la lengua de la emprendeduría muestra hasta qué punto se han llegado a cerrar las que un día se describieron como “sociedades abiertas”.
En el uso beligerante del término ‘neoliberal’ se pierde de vista la importancia del prefijo