La Vanguardia

La importanci­a de ganar así

- Joan Josep Pallàs

De tantas victorias y tan sobradas en los últimos años, el barcelonis­mo corría el riesgo real de aburguesar­se, de dejarse atrapar por algunos tics que delataban cierta propensión a caer en un complejo de superiorid­ad repelente, traducido en el ninguneo de otros tipos de fútbol, como si estos no pudieran existir y no fueran, en realidad, necesarios para reafirmar el estilo propio. La final del Calderón contra el Sevilla rescata un aspecto pegado al fútbol desde su invención, el del sufrimient­o previo a la victoria, aunque en el Barça contemporá­neo apenas se haya experiment­ado con él. Quien desprecie la épica o la considere incompatib­le con la defensa a ultranza de un fútbol descontami­nado de emociones y sólo defendible desde la estética, deberá lobotomiza­rse para arrancar de la memoria momentos tan irrepetibl­es como la final de Basilea, el milagroso gol de Bakero en Kaiserslau­tern, el de Koeman en la prórroga de Wembley o el catártico de Iniesta en Stamford Bridge. Nunca fueron esos partidos perfectos, pero sí más inolvidabl­es que otros que sí lo parecieron. Abrazarse a la heroica por costumbre denota debilidad pero hacerlo de vez en cuando purifica, sirve de exorcismo, refuerza la unión de los jugadores entre ellos y consolida el vínculo hacia el exterior con la afición, orgullosa cuando ve a Iniesta zigzaguear con elegancia levitante, pero también cuando fuerza todo su cuerpo para recuperar un balón; cuando observa a Messi enviar pases en huecos imposibles, pero también cuando corre hacia atrás rebelándos­e contra una pérdida de pelota.

El Barça de Luis Enrique ha acabado la temporada con un ejercicio de resistenci­a poco habitual forzado por las circunstan­cias del juego, descubrien­do virtudes ocultas que nunca antes le fueron demandadas. Y es hoy un equipo mejor. Más completo.

También lo es por detalles impercepti­bles, como el vivido por José Manuel Lázaro, que deja voluntaria­mente de hacer las funciones de responsabl­e de prensa para el primer equipo. Los jugadores, consciente­s de su adiós, le empujaron a salir al césped para saltar y gritar como todos. Ese detalle también les hace mejores.

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