‘Tot ziens’ (adiós), Louis
Con una intransigencia propia de personajes de Ibsen o de un pastor luterano, Van Gaal ha fracasado en Manchester: sus métodos han quedado desfasados
Un colega de la prensa deportiva inglesa entrevistó a Louis van Gaal en 1999, cuando se sentaba en el banquillo del Camp Nou, y el holandés le dijo literalmente: “Mi método es infalible, de eso no cabe ninguna duda, y si alguna vez no lo parece por los resultados, es que los idiotas de los jugadores no siguen al pie de la letra las instrucciones”. Diecisiete años después, uno pensaría que madurado por los golpes que dan el fútbol y la vida, sigue pensando exactamente lo mismo. Él a lo suyo, erre que erre, con esa certeza luterana de lo que está bien y lo que está mal, sin resquicio para la duda.
Era tan impopular en Old Trafford que la plantilla del Manchester United ha celebrado más el cese del que ha sido su entrenador los dos últimos años, que la conquista de la Copa contra el Crystal Palace. Aunque, como advierte el dicho inglés, cuidado con lo que uno desea. Porque De Gea, Herrera, Mata, Martial, Rashford y compañía se han deshecho de un sabelotodo arrogante y egocéntrico para encontrarse con otro –José Morinho– que tal vez lo sea todavía más, y que de la Reforma no sabe lo más mínimo, como demostró en su última etapa en el Chelsea, cuando prometió corregir sus malos hábitos y acabó tomándola hasta con la médica del equipo.
Típico de Mou, no le dejó al pobre Van Gaal ni disfrutar su único éxito con el Man U, filtrando su inminente nombramiento cuando todavía se estaba jugando en Wembley la final copera, y haciendo que la mayoría de preguntas al neerlandés en la consiguiente rueda de prensa versaran sobre un cese que aún no era oficial.
Derrotar de manera agónica en la prórroga al Palace no pudo ni salvar a Louis ni ocultar las grietas de un equipo que sólo ha marcado 49 goles en toda la Premier League, el total más bajo desde la temporada 1989-90, y sólo uno más que el Sunderland, decimoséptimo en la tabla y que se ha salvado del descenso por los pelos. En un momento de la campaña su Man U era el equipo que más pases laterales y hacia atrás había dado. Sólo cinco de los veinte conjuntos de la Premier han acumulado menos disparos a puerta (430), y únicamente el Aston Villa, el Watford y el West Bromwich Albion han generado menos ocasiones de gol. Las estadísticas en su contra son inapelables.
El mandamiento número uno a los delanteros era que no se dejaran llevar jamás por el instinto, que no improvisaran. ¿Se imaginan a Louis Enrique ordenando al tridente que nunca dispare el balón sin pararlo primero, que dé siempre un segundo toque? Pues es lo que hizo Van Gaal. Y cuando digo ordenar es ordenar, no recomendar. Porque todos los lunes dirigía una odiosa autopsia del partido del fin de semana, en el que no se privaba de poner a caldo a cualquiera que hubiera osado desafiar los dictados de su pizarra, ya fuera Wayne Rooney o el último mono de la plantilla. Y cuando los veteranos se atrevieron a sugerirle que de esa manera no hacía más que minar la moral, cambió las sesiones de control por unos detallados vídeos que enviaba por mail, con imágenes y diagramas que demostraban los errores cometidos por su desafortunado receptor, y un programa de software para saber si el correo había sido abierto, y cuánto tiempo. Los jugadores, que lo sabían, dejaban el móvil encendido durante media hora mientras jugaban a la play o hacían otras cosas.
Cuando Memphis Depay fue castigado con pasar al B, su respuesta fue presentarse al entrenamiento en un Rolls Royce. La sentencia de Aloysious Paulus Maria Van Gaal llevaba tiempo escrita. Sólo faltaba que se presentara el verdugo (Mou) para ejecutarla.
A los delanteros les prohibió en redondo que fueran instintivos o remataran el balón al primer toque