Hacia rutas salvajes
Subimos a bordo del Ghan para recorrer la legendaria ruta ferroviaria que cruza Australia de norte a sur y de sur a norte, siguiendo las huellas de los pioneros que exploraron este desierto rojo hace más de cien años. ¿Qué es lo más largo que se mueve por el planeta en el preciso momento en que lees estas páginas? ¿Un jumbo? ¿Un petrolero? Dejando a un lado fenómenos
naturales como los glaciares o las placas tectónicas, es probable que la respuesta más acertada sea un tren, y, en concreto, con toda seguridad, un tren de Australia que atraviesa las vastas y solitarias llanuras del otro lado del mundo. Australia ostenta el récord del
tren más largo del mundo (7,2 kilómetros), y aunque las medidas del que hoy tenemos en el andén de la estación de Adelaida, en una fresca mañana de primavera, no pasan de unos míseros (comparativamente hablando) ochocientos metros, todavía es uno de esos trenes australianos que pueden presumir de situarse entre dos códigos postales. Este tren del que hablamos es el Ghan, el lujoso cochecama conocido como “el Orient Express de las antípodas”.
El tren está listo para partir, y los pasajeros recorren tranquilamente el andén con su equipaje a cuestas. Algunos van subidos en cochecitos como los de golf para llegar a los vagones más alejados. A bordo, el personal se encarga de acompañar
a los viajeros a sus departamentos: aquellos con cabina situada en la parte delantera del Ghan ya habrán recorrido casi uno de los 2.979 kilómetros que hay entre Adelaida y nuestro destino final, Darwin, un viaje de tres días, cruzando la isla de sur a norte.
Este viaje a través de Australia (lo que los autóctonos llaman el outback, refiriéndose a las zonas más al interior, más remotas y alejadas de las ciudades costeras) ocupa un lugar muy especial en el corazón de los
australianos. La gran mayoría de los pasajeros son, precisamente, aussies (como se conoce a los descendientes de colonos británicos e irlandeses), muchos de ellos jubilados que, cuando eran niños, jugaban con trenes de juguete en el outback de su salón.
El 85% de los australianos vive en la costa o alrededor de ella. Para muchos de ellos, viajar en el Ghan es una manera de entender por primera vez la inmensidad de su nación: tener una idea del enorme “vacío” que se extiende hasta el infinito, más allá de las vallas de su jardín.
Un escalofrío de impaciencia nos recorre la espalda antes de la salida. Los pasajeros tamborilean con sus dedos esperando el chirrido de las ruedas. Hay preguntas para el personal del tren: “¿Cómo se abre la ducha?”, “¿Dónde está el vagóncomedor?”. Pero la pregunta más frecuente es “¿Por qué lo llaman Ghan?”.
LA MEZQUITA DE ADELAIDA
El lugar más insospechado para encontrar la respuesta es la mezquita
de Adelaida, situada a pocos pasos de la estación, en un barrio tranquilo de bares de fish & chips y despachos de abogados especializados en reclamaciones por lesiones. La pequeña sala de oración, forrada de madera, está en silencio, salvo por el rumor del tráfico cercano o los graznidos de las cacatúas encaramadas en los minaretes.
La historia de esta mezquita es extraña. En la década de los ochenta del siglo XIX, Gran Bretaña había conquistado el mundo y ocupado la
PARA MUCHOS AUSTRALIANOS, VIAJAR EN EL G HAN ES UNA MANERA D E ENTEND ER LA INMENSIDAD D E SU NACIÓN