Belgrado, viaje al corazón de los Balcanes
Alos serbios les encanta aprender de los viajeros. Este país que se ha recuperado una y otra vez a lo largo de la historia rejuvenece ahora como uno de los destinos con más encanto de los
Balcanes. Puede que sean las comidas infinitas, el rakia caliente con miel o cómo abren los ojos cuando les dices que vienes de España. Aquí no os hablarán de Penélope Cruz ni de Rafael Nadal. Os dirán que les encanta Fran Perea, que han ido al último concierto de Luz Casal o que se saben de memoria la canción de Aquí no hay quien viva. Sí, la serie de televisión. Muchos de ellos estudian español, y hasta piropean con acento castizo, y la mayoría os confesarán en una kafana –las tradicionales tabernas de la antigua Yugoslavia– que sueñan con visitar Barcelona o Madrid. Pese a todas las heridas, Belgrado sabe recuperarse a través de la música, las comidas copiosas y la sonrisa permanente. Bienvenidos a los Balcanes.
LA CIUDAD MÁS FEA DEL MUNDO
Las razones por las que Belgrado se traduce por “ciudad blanca” tienen otros orígenes. Pero al llegar a la capital serbia, completamente cubierta por copos blancos y esponjosos, su nombre parece inevitablemente vinculado a los dientes de león que sobrevuelan las grandes avenidas. “Es la ciudad más fea que he visto nunca, pero está ubicada en un lugar bellísimo”, solía decir el arquitecto suizo Le Corbusier, que la visitó en 1911. Aunque mucho ha cambiado desde entonces, Belgrado sigue manteniendo más de una contradicción. Caótica y desorganizada, es también una metrópolis con mucha cultura, que se reinventa constantemente y se rodea de naturaleza salvaje –una de sus islas, la de
Gran Guerra, sigue completamente virgen en el centro de la capital–. El origen de "ciudad blanca" (beograd ), en realidad, se descubre en la fortaleza Kalemegdan, ya que aquí se encuentra la torre del Reloj, obviamente blanca, que se ha ido reconstruyendo a lo largo de los siglos. Unos pasos más delante, justo antes de llegar al mirador, veréis a gente caminando con los ojos fijos en el suelo. No os extrañéis, forma parte de la tradición. Se dice que cuando dos ríos se juntan se puede pedir un deseo (pero para que se cumpla se tiene que llegar con los ojos cerrados). Efectivamente, si alzáis la vista, veréis cómo el Sava
y el Danubio se convierten en uno solo. Así que mirad hacia abajo, caminad lento y pedid un deseo –balcánico– para el futuro.
BARRIOS CON ENCANTO
Pese a lo que dijera Le Corbusier, a muchos arquitectos les llama la atención Belgrado. Esta ciudad que ha sido parcialmente destruida 40
veces a lo largo de su historia (solo durante la Segunda Guerra Mundial se derrocó el 60% de los edificios), muestra ahora arquitecturas de épocas muy diversas, que conforman un
skyline bastante variopinto (incluso tienen un templo en plena contrucción, el de San Sava).
Una de las mejores maneras de ver este skyline es ir hasta Zemun ,un barrio que se ha convertido en una parada obligatoria gracias a sus restaurantes a orillas del río. Desde lo alto de sus colinas podréis ver cómo los edificios de distintas épocas conviven alrededor del serpenteante
Danubio. Este río, que conecta una decena de países y sirve como puerta de entrada a Europa Central, también se puede explorar en barco oa través de la extensa ruta para bicicletas habilitada por todo el país. Por la noche, visitamos uno de los restaurantes con más renombre de la zona: el Reka. Este pequeño local con música en directo tiene tanto éxito que se recomienda reservar con antelación. Repleto de cuadros
de artistas locales, ofrece comida tradicional serbia y música internacional. A medida que avanza la noche –y que bebemos el licor por excelencia; el rakia–, podréis empezar a bailar o entonar canciones con vuestros compañeros de mesa.
MONASTERIOS Y VINO
Salimos de Belgrado para confirmar la importancia que tiene la naturaleza y la religión en el país. Escondidos en el parque nacional de Fruška Gora, descubrimos diversos monasterios ortodoxos que conservan frescos impresionantes desde el medioevo. El monasterio de Krusedol, por ejemplo, nos adentra en una capilla multicolor con pinturas que van desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII y que muestran los cambios estilísticos entre ambos periodos. Embobados con las paredes, podemos oír al fondo los sonidos de besos que los visitantes ortodoxos dan a la estampa de san Nicolás (protector de los niños, los marineros y los viajeros) y que llenan el lugar de un misticismo muy particular.
La región en la que estamos ahora, Voivodina, no es solo conocida por ser espiritual, sino también por la calidad de su vino. Por eso nos acercamos hasta la bodega de la familia Zivanovic, abierta en 1864 en la ciudad de Sremski Karlovci.
Aquí nos descubren un vino dulce increíblemente adictivo, el Bermet. Tanto es su encanto que fue uno de los licores que se consumían de manera habitual en el palacio real de Viena y también fue elegido para la travesía del Titanic, y su receta –todavía hoy parcialmente secreta– cuenta con un par de siglos de historia.
Entre vino y vino, nos comentan que los habitantes de Voivodina son algo así como el "Lepe" serbio .De aquí son dos personajes inventados que aparecen en muchos chistes populares, Lala y Sosa, y que se caracterizan por ser buena gente, comilones y graciosamente lentos.
CAMINO A NOVI SAD
Dejamos a la familia Zivanovic para hacer nuestra última parada, en la ciudad de Novi Sad. Sus grandes avenidas adoquinadas fueron en otro tiempo húngaras, otomanas y austríacas, pero ahora se han convertido en una cosmopolita red de galerías donde descubrir marcas locales. La ciudad también se ha hecho famosa por el Festival Exit, que llena de buena música la impresionante fortaleza de Petrovaradin durante la primera semana de julio.
De vuelta a Belgrado, nos despedimos con una cena en la calle Skadarlija, que acostumbra a recibir el sobrenombre de "Montmartre serbio" por la cantidad de músicos, artistas y restaurantes con encanto que forman la avenida. Las bandas entonan canciones tradicionales mientras los camareros nos sirven contundentes platos con comida local. Embriagados por este último encuentro, nos despedimos con cierta tristeza de un pueblo del que sabíamos muy poco y del que hemos aprendido más de lo que pensábamos. Puede que ellos conozcan a Fran Perea, Luz Casal y Enrique Iglesias, pero nosotros nos volvemos conociendo torres blancas, vinos dulces y al santo Nicolás. Que, al fin y al cabo, es el que nos protege a todos los viajeros.
ZEMUN ES UNO DE LOS BARRIOS CON MÁS CARISMA D E BELGRADO GRACIAS A SUS
CAFÉS CON VIS TAS AL RÍO