Un día de viento
EN unos momentos en que la sociedad civil catalana ha perdido el norte, y posiblemente la brújula, el Cercle d’Economia ha pasado a ser un referente por su exigencia, discurso y compromiso. La figura de su presidente, Antón Costas, ha sido decisiva para ocupar una centralidad que le permite una gran interlocución con los poderes políticos y económicos. Con los novísimos y con los tradicionales. En su despedida, tras los tres años preceptivos en la presidencia, consiguió un aplauso sostenido, propio de los tenores operísticos, en las jornadas de Sitges.
La sesión de clausura reunió a dos gallegos, Mariano Rajoy y Antón Costas, uno conservador y otro socialdemócrata (al menos, en espíritu), uno del Dépor y otro del Celta. Sus conversaciones en el último día de sesiones siempre prometen momentos sutiles, ingrávidos y gentiles. Como pompas de jabón, de acuerdo con la metáfora de Serrat. A mediodía, después de que el presidente en funciones hablara de seguir con los ajustes, Costas se acogió a san Agustín cuando escribió: “Señor, concédenos la austeridad, pero no ahora mismo”.
Mariano Rajoy hizo un discurso donde la palabra que más veces repitió fue sensatez. Sensatez para tener un gobierno inmediatamente después de las elecciones, para pactar las reformas imprescindibles, para no cambiar de políticas económicas. “No hay buen viento para quien no sabe adonde va”, dijo el líder popular copiando a Séneca sin citarlo. Y se despachó a gusto con las alcaldesas de Madrid y Barcelona, que era una manera de dar en el hígado de Podemos golpeando a la cara de Carmena y Colau. De ellas dijo que hacen demagogia barata, dañan la economía y dan mala imagen del país.
A Rajoy se le vio en forma. Sólo le faltó reprise ante la pregunta sobre si tenía un plan para Catalunya (Puigdemont había sostenido que no). “De acuerdo con la ley, se puede hablar de todo”. Una respuesta a la gallega que no satisfizo a la sala. Debía de ser problema del viento.