Famoso sin palmarés
Pese al éxito, el candidato republicano hace cambios en su equipo de campaña
La estrella que Donald Trump tiene en el paseo de la Fama de Hollywood seguirá en su sitio pese a la campaña de recogida de firmas que apoya su retirada y la poca relevancia cinematográfica del magnate.
La estrella no se toca. Seguirá en el paseo de la Fama de Hollywood, pese a que los más relevante en la cinematografía de Donald Trump, salvo su apuesta electoral, es un cameo en Sólo en casa 2: perdido en Nueva York (1992).
La rodaron en el célebre hotel Plaza, del que era el amo. Una cima fílmica en la que el dueño del escenario tuvo frase con un actor de altura como Macaulay Culkin.
Todo empezó con un perro. Mejor dicho, con los excrementos de un can. Se alivió sobre la estrella dedicada al candidato republicano. Su amigo humano sacó una foto, la puso en Twitter y, ya se sabe, creó tendencia. A partir de ahí, esa baldosa dorada se convirtió en lugar de actos de protesta contra el magnate. Incluso le pintaron una esvástica.
La escalada se concretó con una petición –recogió más de 40.000 firmas en poco–, para levantar esa pieza conmemorativa. La Cámara de Comercio, que gestiona el enclave, ha dicho no.
“La estrella es, en cierto sentido, un microcosmos de la campaña de Trump, un nexo entre la celebridad y la indignación pública, haciendo imposible ignorarlo”, se lee en el diario Político.
La esquizofrenia colectiva que provoca se plasmó de nuevo este viernes en California, de cara a las primarias del 7 de junio. En su caso, ya no se juega nada dado que el jueves sumó el número de delegados suficiente para que su nominación sea incuestionable.
Pero continúa despertando tempestades. Así, en San Diego, hubo 35 de detenidos en la confrontación entre los pro y los antiTrump que se produjo afuera del centro de convenciones. Algo habitual de lo que saca tajada en sus discursos y en las audiencias de las televisiones por cable.
Dentro del auditorio, el magnate inmobiliario y showman aprovechó el plató para unificar a los republicanos, después de haberlos insultado y dividido en beneficio propio, apelando al odio compartido hacia la demócrata Hillary Clinton, la supuesta rival en las elecciones de noviembre.
En esta ocasión echó mano de Bernie Sanders –el senador que no cesa en desafiar y atacar a la ex primera dama–, en el papel de tonto útil. “Me ha dado mis mejores líneas contra ella”, dijo al referirse al veterano político.
Hacía un rato que había difundido un comunicado en el que descartaba mantener un cara a cara con Sanders, que, en su perseverancia, es capaz de agarrarse a un clavo ardiendo. Trump proclamó que en el Partido Demócrata todo esta amañado para que Clinton sea la candidata.
“Siendo yo el presunto nominado, me parece inapropiado debatir con el segundo”, subrayó.
La indignación se produce de puertas afuera. De puertas adentro hay desconcierto por su estilo al manejar el timón de la apuesta por la Casa Blanca. Los que han seguido su trayectoria empresarial sostienen que aplica el mismo espíritu en la política. Recuerdan que su táctica consistía en enfrentar a los directivos de los hoteles para ver quién atraía más clientes. Esa batalla la ha trasplantado a su equipo de campaña, donde se han registrado no pocos altercados. Esta semana se ha producido otra demostración de
Trump se burla del demócrata Sanders al decir que él no mantiene debates con secundarios
tensión. Ha despedido a Rick Wiley, su director nacional, tras chocar con otros cargos, como Corey Lewandowski, o su ideólogo de cabecera, Paul Manafort.
Estos conflictos o el nivel de negatividad que suscita entre los estadounidenses –el más alto nunca visto– parece que no le preocupan en absoluto.
Son muchos, incluido su archirrival Marco Rubio, que le perdonan siempre que sea para enterrar a Hillary Clinton. ¿Todos? No, Mitt Romney, el perdedor ante Obama en el 2012, reitera que Trump “no encaja como líder en un mundo libre”.