El fin de la inocencia
Oriol Junqueras presume de la gran disciplina y cohesión interna de su partido. ERC se mueve como un solo hombre. El líder de los republicanos fue profesor de Historia de China y Japón y ha logrado que los suyos se adapten al entorno con metodología zen y disciplina samurái. Se trata de reaccionar al enemigo con espontaneidad y sin miedo: “El que piensa pierde”.
La política es una sucesión de trances en los que siempre se debe estar alerta, pero, a diferencia de las luchas con guerreros samuráis, en la mayoría de los casos el enemigo no se oficializa públicamente. La prueba de la victoria no es la cabeza del contrincante sino verlo languidecer electoralmente. Es el compás de espera en el que se encuentra el Govern. En lo que se suponía debía ser la legislatura preindependencia, el Ejecutivo en el que conviven ese partido aún llamado Convergència y ERC se ha convertido en un compendio de compartimentos estancos en el que las diferencias se dirimen de manera salomónica. No por la ecuanimidad de sus decisiones públicas, sino por el fuste retorcido de las columnas, más ornamental que tectónico.
El movimiento se comprueba con el proyecto de presupuestos para el 2016. El vicepresidente económico abrió hace unas semanas la puerta a una subida del IRPF a las rentas altas –no a los ricos, algo que en ERC se considera un “concepto social”–. La censura inmediata del presidente de la Generalitat condujo a un debate helicoidal en el seno del Govern que Puigdemont zanjó solemnemente el jueves ante el empresariado catalán. El compromiso unánime de la coalición electoral pasaba por priorizar la bajada de impuestos, “especialmente a las rentas bajas”, y no hay más debate que valga. Hasta que la CUP ponga precio preciso a sus diez votos para superar el primer round de las enmiendas a la totalidad. Tras destapar la caja de Pandora, el vicepresidente se escuda en que defiende públicamente una rebaja del IRPF desde el 2013, cuando los presupuestos los pintaba Andreu Mas-Colell y acumulaban impuestos para sumar el voto de ERC. Y, de paso, situaba la sospecha de la oposición para actuar en esa línea sobre las filas convergentes.
No hay técnica zen ni obediencia samurái en Convergència. A la espera de la decisión de Artur Mas, cuentan con Carles Puigdemont, que ha vuelto a situar la presidencia de la Generalitat en el aprobado. Pero no es suficiente. La refundación organizativa e ideológica de CDC comporta que el discurso lo monopolice el candidato al Congreso, Francesc Homs, que busca espacio en todas direcciones. Exige lealtad institucional al independentismo de ERC, busca el choque frontal con el anticapitalismo de la CUP y alimenta la confrontación de modelos con la izquierda colauista.
Con la nueva campaña electoral se confirma el fin de la inocencia. Si alguna vez la hubo, en el salón Tàpies del Palau de la Generalitat. ERC se siente menospreciada y CDC engañada. No hay prisa por volver a las urnas, pero los republicanos quieren ser ya el nuevo pal de paller, y los convergentes, no perderse como una aguja en el pajar.
Esquerra quiere proclamarse ya ‘pal de paller, y CDC, no perderse como una aguja en el pajar