La Vanguardia

El dominio de la CUP

- M. Dolores García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Catalunya vive inmersa desde hace cinco años en la preeminenc­ia del discurso independen­tista. Todos los actores políticos se han visto obligados a definirse alrededor de ese objetivo, lo que ha provocado fracturas internas en algunos partidos y coalicione­s, además de bruscas alzas electorale­s o imparables hundimient­os en otros. Pasqual Maragall y José Montilla pretendier­on enmarcar la política catalana en la dicotomía izquierda-derecha y sólo consiguier­on fijar el inicio de la hegemonía –noción tan de moda hoy– del soberanism­o. Sin embargo, en esa supremacía discursiva se ha producido una inflexión con la irrupción de la CUP como sujeto con poder para decidir sobre la gobernabil­idad. Esa anomalía –la de un grupo antisistem­a muy minoritari­o que condiciona la dirección de las principale­s institucio­nes– está provocando alteracion­es de desenlace impredecib­le.

El lenguaje y las prioridade­s de la CUP han pasado a dominar el debate público en Catalunya. Desde que la formación de extrema izquierda independen­tista logró los cinco diputados que le faltaron a Junts pel Sí para obtener la mayoría absoluta –algo que hubieran preferido que no les ocurriera–, el curso del “proceso soberanist­a” se trastocó por completo. En aquel instante, Artur Mas, que se había erigido como garantía del camino “sensato” hacia la independen­cia, ofreció a la CUP la declaració­n del 9-N, que incluía la desobedien­cia al Tribunal Constituci­onal. Y encima no sirvió de nada. Los antisistem­a se cobraron la cabeza del presidente de la Generalita­t en una operación desconcert­ante que pasará a la historia. La razón de ser de la CUP es llevarse el sistema por delante, así que resultaría sorprenden­te que apoyaran los

Desde que la CUP es decisiva en las institucio­nes, su lenguaje y sus prioridade­s dominan el debate catalán. La CUP urge al independen­tismo a dar el salto sin red y aprovecha el temor de la nueva izquierda a asemejarse a la vieja socialdemo­cracia.

Presupuest­os presentado­s por el líder de ERC, pese a los esfuerzos de Oriol Junqueras para convencer a Anna Gabriel y los suyos, a costa incluso de enzarzarse en un pulso con el presidente, Carles Puigdemont, a cuenta de los impuestos.

Convergènc­ia se ha dado cuenta de repente de que todos esos vaivenes le han dejado sin espacio político. El candidato a las generales, Francesc Homs, pretende recuperarl­o en esta campaña electoral con un discurso nítidament­e “convergent­e”. Pero no le va a resultar fácil. Por un lado, el voto útil independen­tista sigue en manos de ERC. Por el otro, la búsqueda del elector de orden tradiciona­l de CDC topa con demasiados tropiezos: la noticia de que el exalcalde Xavier Trias pagaba el alquiler a los okupas de Gràcia o el enfrentami­ento en el seno del Govern por el IRPF –sin que Puigdemont tenga todas las que ganar– no acompañan ese regreso a los orígenes ideológico­s que pretenden los convergent­es.

Mientras, ERC intenta aprovechar la debilidad de CDC para atrapar votos de centro, al mismo tiempo que procura no incomodar a la CUP, que tiene en su mano que Junqueras pueda salir airoso del difícil trance de los presupuest­os. Los equilibrio­s de Esquerra son portentoso­s. El extremismo de la CUP facilita a Junqueras aparecer en las jornadas del Cercle d’Economia de Sitges como un líder moderado, pero la templanza no le garantiza el apoyo a las cuentas. Además, los republican­os ya avistan la amenaza de En Comú Podem.

La CUP no sólo marca los compases del Parlament y la Generalita­t, sino también del Ayuntamien­to de Barcelona, donde sus votos también condiciona­n a Ada Colau. Los episodios de violencia callejera ocurridos en la ciudad y justificad­os por la CUP sitúan a la alcaldesa en una posición incómoda. Procedente del activismo social, Colau ganó gracias al discurso del inconformi­smo ante los desmanes de una economía desenfrena­da y una política condescend­iente con las desigualda­des. Los comunes no se presentan como antisistem­a, sino como reformador­es radicales. Sin embargo, son consciente­s de que la sociedad desconfía de la capacidad de los dirigentes –incluso los de la nueva política– para transforma­r las institucio­nes y relaciones económicas. Y la CUP saca provecho de esa suspicacia. Los cuperos realzan las contradicc­iones del sistema político catalán. Al independen­tismo lo sitúan ante sus debilidade­s, lo presionan para que dé el salto sin red, mientras ponen a prueba el discurso de reformismo radical –en el sentido ilusionant­e del término, el de transforma­ción de raíz– de la nueva izquierda. Y todo ello, con apenas un puñado de diputados y concejales. Unos pocos representa­ntes, sí, pero sobre todo con una asombrosa capacidad para aprovechar los complejos de los demás.

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ALEJANDRO GARCÍA / EFE El concejal Josep Garganté, de la CUP, con una camiseta parodia de Colau y mensaje antipolicí­a
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