Políticos y ¿pobres?
La reivindicación de clase se impone entre los partidos, y sus dirigentes apelan a un origen humilde para conectar “con la calle”
Ada Colau pudo participar en el programa Erasmus gracias a una beca de la Unión Europea. Sin esta ayuda, ella, que viene de una familia humilde, nunca hubiera podido estudiar en el extranjero. La alcaldesa de Barcelona explicaba esta anécdota hace un par de semanas en la cadena Ser, donde dedicaron un programa al aniversario de las becas Erasmus. En su intervención, la edil remarcaba su origen modesto –lo reivindica a menudo– y el favor que hacen las ayudas públicas a la igualdad de oportunidades.
La candidata del PSC a las generales, Meritxell Batet, trabajó como camarera para pagarse la universidad, destacan los socialistas cuando se les pregunta por el origen de su cabeza de lista; lo mismo que su predecesora, Carme Chacón, que durante la campaña al 20-D insistía en que si estudió fue gracias a las becas porque en su casa no abundaba dinero. Albert Rivera no se cansa de repetir que él es hijo de autónomos, personas que han tenido que luchar mucho para salir adelante, mientras que el popular Alberto Núñez Feijóo asegura ser “más de Podemos que los de Podemos” y Pablo Iglesias presume de barrio obrero y de comprar ropa en Alcampo.
La hipótesis plebeya gana adeptos entre la clase política. Apelar a un origen sencillo, haciendo ostentación de las penurias económicas que se han padecido para salir adelante, parece haberse puesto de moda y se muestra con orgullo. “En los últimos años la reivindicación de clase se ha acentuado entre los políticos y ahora todos quieren parecer pobres”, subraya Joan Botella, decano de la facultad de ciencias políticas de la UAB. De ahí que no sea extraño escuchar una y otra vez a la socialista Susana Díaz relatando la vida de su padre, un humilde fontanero que tuvo tres hijas y que sólo pudo dar carrera universitaria a la menor de ellas, la presidenta de la Junta de Andalucía.
Las historias de personas hechas a sí mismas siempre fascinan. Como la de Cristóbal, un joven que emigró de Jaén a Madrid junto a su familia en los sesenta para ganarse la vida, cuyos padres se sacrificaron por él y que ha llegado a ministro de Hacienda con el PP –el origen de Montoro también ha sido ampliamente difundido–.
En EE.UU. estos perfiles (los self-made men) provocan admiración y el personalismo de la política, ligada al candidato y no tanto al partido, invita a destacar el historial del personaje al detalle. “En España ocurre ahora algo parecido; el anclaje a unas siglas pierde peso, la política se ha vuelto más personalista y en este contexto se potencia la reivindicación particular para conectar con el electorado”, destaca el politólogo Pablo Simón.
Una reivindicación, no obstante, que sólo se lleva a cabo para destacar un origen modesto. En España tres millones de personas han pasado de clase media a baja durante la crisis y el 28,6% de la población está en riesgo de exclusión. La sociedad española se ha empobrecido, y si los políticos quieren parecerse más a esta sociedad que representan no pueden alardear de ser ricos. Al contrario, enseñan sus credenciales de “humildad” para acercarse más “a la calle” y demostrar que son gente corriente, resume el politólogo de la UPF Jordi Mir. Y más en las formaciones de izquierdas. En Podemos no hay nadie a quien se le ocurra hablar de sus adinerados padres (y los hay) y en las filas de ICV, donde siempre han tenido que aguantar el calificativo de pijoprogre, se esfuerzan por disimular cualquier atisbo de burguesía.
Pero en todo esto hay mucho de impostura, considera Mir: tras el 15-M y la aparición de nuevas formaciones que introducen un discurso anti establishment –identificado con los privilegiados– se ha instalado “el relato del origen sencillo o activista, cuando lo importante no es de donde vengas o qué hacían tus padres, sino las políticas que aplicas”.
Colau, Díaz, Rivera o Iglesias destacan a menudo que provienen de familias modestas