El problema catalán
Lo más desesperante del secular conflicto entre Catalunya y España es que nunca se plantea como una cuestión que resolver, sino como un mal crónico que hay que sobrellevar. Es decir, no existe una nación histórica, con sus causas, sus represiones endémicas y sus reivindicaciones, sino una incómoda piedra que no hay forma de sacarse del zapato español. El “conllevando” orteguiano, ejemplo supremo de cinismo político. Y desde esa perspectiva, los catalanes siempre somos esos malos españoles que causamos problemas, abortamos oportunidades y complicamos situaciones, eternamente instalados en nuestro victimista ombligo. La cuestión es negar la realidad del conflicto para reducirlo a una contingencia más o menos molesta. Lo de la España eterna y bíblica, convertida en fe inquebrantable y, por ende, indiscutible.
Por esos lares circula el discurso renovador de don Pedro Sánchez, que recién aterrizado en tierras lemosinas, ha lamentado que no hubiera gobierno en España por culpa del “problema catalán”. Es decir, que si no habita felizmente en la Moncloa es porque en el nordeste peninsular hay unos galos
No existe el problema catalán, sino un lacerante, retrógrado, represivo e hiriente problema español
pesados y pesantes que no dejen de dar la vara. Sin embargo, ¿no existe la mirada inversa del mismo planteamiento? Porque desde el otro lado del puente aéreo podríamos decir que, si el obstáculo fue el tema catalán, no hay gobierno en España... a) porque el PSOE ha traicionado cualquier indicio de coherencia en términos de derecho de los pueblos; b) porque el parque jurásico socialista, bien pertrechado por la sultana del sur, no permitió que se moviera una coma de la ortodoxia sobre la cuestión; c) porque el “antes roja que rota” de infausta memoria ha sido sustituido en la calle Ferraz por el antes amarillo-Rivera que rota, y de ahí el plante a Podemos; y, finalmente, si el tema catalán ha impedido cualquier gobierno ha sido porque el PSOE, con don Pedro a la cabeza, ha ninguneado, demonizado y vilipendiado a las fuerzas soberanistas, no fuera caso que se desviara del relato oficial. Y con todo sumado, la pelota ha caído en su tejado y le ha hecho un agujero.
Finalmente, puestos a darle la vuelta a la sempiterna tortilla, quizás ni tan sólo ha existido el problema catalán durante estos últimos siglos, sino un lacerante, hiriente, represivo y retrógrado problema español que ha sido incapaz de crear un Estado donde las naciones fueran respetadas y encontraran su lugar. Estimado don Pedro, el problema catalán es la triste derivada de ese agudo problema español que ni reconocen ni resuelven, sino que también conllevan, abusando reiteradamente del dominio del poder. Quizás, si no tuvieran tantos Guerras cepillando estatutos, y tantos Felipes guardando el fuerte, podrían darse cuenta de que el problema español ha creado el problema catalán, y no su inversa. Recuerde que a Unamuno le dolía España, y el mal continua sin remedio.