Alegría de vivir
Alo largo de mi vida he sufrido no pocas vicisitudes, suficientes para dejar un rictus de tristeza en mi rostro que por fortuna no apareció. Tuve la gran suerte de tener el apoyo de personas que me ayudaron a metabolizar traumas, superar la tristeza y salir reforzado. La ética de quienes me rescataron del pesimismo social mostraba una sociedad donde solidaridad, respeto y cultura permiten no sólo la independencia de ideas sino juzgar las ajenas con objetividad. Aprendí a valorar lo bueno que tenemos y dejar de amargarnos por lo que ya no tenemos. La pérdida espiritual es difícil de sustituir; la material se convierte en recuerdo del pasado si el dinero no constituye la razón de nuestra existencia.
Recientemente en un anuncio en La Vanguardia el Ayuntamiento nos induce a ser ecológicos usando la bicicleta. Según mi opinión, el atuendo de la sonriente ciclista no es precisamente el más adecuado –aunque los pantalones deshilachados estén de moda–: los jirones que cuelgan podrían enredarse en la cadena de la bici. Yo, sufrido peatón, deseo preservar el medio ambiente, pero sometido a la dictadura de bicis, monopatines y otros rodantes que impunemente invaden la calzada peatonal. No olvidemos el reciente y trágico accidente de Muriel Casals. Yo también sufrí un encontronazo con una ciclista que apareció en una esquina sin visibilidad y me atropelló sin graves consecuencias. Me atrevo a sugerir que se promocione una asignatura que podría titularse Ciudadanía Responsable, que no solventaría la crisis de valores de la sociedad pero sería un pequeño eslabón a un mundo mejor. En la contraportada del mismo número del diario, un sonriente fiduciario del Rotary exclama: “La educación es la llave de la independencia y la tolerancia”. Suscribo sus palabras y ojalá pronto algún ministro de Educación considere la importancia de las humanidades, la historia y la ética en los programas educativos, pero me temo lo tacharían de anticuado o reaccionario.
¡Qué lejos estamos del urbanismo solidario del arquitecto Bohigas! La Via Augusta se convierte en pista de imitadores de F-1, de escuderos motorizados cuya contaminación acústica está en relación con la prepotencia del conductor. Mi escrito podrá parecer desilusionado de la vida. Todo lo contrario, en la calle prodigar una sonrisa, un gesto de ayuda o de educación suele causar asombro pero también provoca la relajación de rostros generalmente tensos, permite olvidar la falta de urbanidad, la incoherencia de ciertos inútiles consejos y pasear con alegría en un mundo mejor que dependerá de nuestra conducta.