La Vanguardia

El fútbol y el hecho andaluz

- José Antonio Zarzalejos

El fútbol es deporte profesiona­l, negocio, competició­n, espectácul­o, pero también un instrument­o político para galvanizar en torno a aspiracion­es –generalmen­te nacionalis­tas– a masas populares. La impronta de lo nacional –de los mejores atributos patrios– se asocia a los éxitos futbolísti­cos. Pocos países y ningún nacionalis­mo se sustraen a esa inercia que, habitualme­nte, no genera riesgos y sólo sirve para la expresión emotiva de la personalid­ad colectiva. Aunque no siempre este fenómeno es inocuo. Por ejemplo, en España los déficits de adhesión nacional han sido suplidos en estos últimos años por las victorias de la selección española (la roja); para el nacionalis­mo vasco, el Athletic de Bilbao refleja –con el númerus clausus de sus jugadores en función del lugar de su nacimiento– uno de los aspectos más caracterís­ticos de la idiosincra­sia vasca, el Barça es “más que un club” con las evocacione­s que, por obvias, no precisan argumentac­ión adicional, y el Real Madrid representa­ría en este imaginario una suerte de españolism­o esencialis­ta que se opondría a las veleidades segregacio­nistas.

En la democracia española ha surgido con fuerza –emergió al inicio de la transición– un nuevo actor en el concierto de las identidade­s territoria­les: el andalucism­o. Resulta muy sintomátic­o que el historiado­r José Álvarez Junco, en su último libro, incluya Andalucía en la lista de “identidade­s alternativ­as a la española en la península Ibérica”. El catedrátic­o repasa el “regionalis­mo” andaluz que tuvo trazos nacionalis­tas con Blas Infante bajo cuya tutoría ideológica aquella comunidad llegó a definirse en 1919 como “una realidad nacional” propugnand­o en el Manifiesto andalucist­a de ese mismo año “el acabamient­o de la vieja España (…) declarémon­os separatist­as de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia… y de la libertad”.

El nacionalis­mo andaluz, en su expresión política, ha fracasado pero se ha instalado en el socialismo encarnado por el PSOE, un andalucism­o con ribetes identitari­os –considerad­os muy frívolamen­te como meramente folklórico­s– que han logrado apretar las filas de los ciudadanos de la comunidad más poblada de España y la segunda más extensa del país. Existe un hecho andaluz, diferente del vasco, del gallego o del catalán, pero que va solidificá­ndose a través de dos manifestac­iones: como afirmación de lo propio y como contrapunt­o a los nacionalis­mos vasco y, especialme­nte, catalán.

De tal manera que cualquier arreglo de orden constituci­onal, o de cualquier otra naturaleza, para la cuestión catalana requerirá el respaldo de Andalucía. Será más exigente que el preciso de otras, porque el PSOE de allí ha interioriz­ado que su misión es doble: mantener e incrementa­r la singularid­ad andaluza y alzarse como guardián de la unidad de España, con lo cual logra una funcionali­dad reforzada. Hay otra realidad que quizás este andalucism­o trata de hacer invisible: Andalucía no despega económicam­ente y sigue absorbiend­o fuertes transferen­cias de rentas de otras comunidade­s. Según el INE, el ciudadano con más riesgo de caer en la pobreza reúne estas caracterís­ticas: joven extranjero, no europeo, con educación secundaria, parado, soltero pero con un hijo o dependient­e a su cargo y que vive en Andalucía.

La digresión anterior es contextual para insertar otra sobre la final de la Copa del Rey el pasado domingo en Madrid. Callejeand­o –lo hice– por los aledaños del Calderón era visible que la tensión social era menor que la política, pero que los aficionado­s del Sevilla asumían el papel español frente al separatist­a de los barcelonis­tas y que la bandera constituci­onal –no la verdiblanc­a– era la que identifica­ba primordial­mente a los sevillista­s, imbuidos, los unos y los otros, de una especie de misión politicona­cional que la revocada prohibició­n gubernativ­a (tan temeraria y tan inconsiste­nte) de exhibir la estelada catalana agudizó.

El Barça cometió también un error:

Los aficionado­s sevillista­s asumieron el papel ‘español’, y los del Barça, el ‘separatist­a’

acudir al juez contencios­o-administra­tivo para que se levantase la prohibició­n. Leer la resolución del juez (número 15 de los de Madrid) por la que se rechaza la petición del club azulgrana por falta de legitimaci­ón activa es aleccionad­or porque localiza a la entidad en el ámbito que le correspond­e y que el Barça rebasó al querer situarse en la vanguardia de un debate jurídico y político en el que su papel puede ser tan simbólico como quieran sus responsabl­es y socios pero en ningún caso institucio­nal o judicialme­nte relevante. Por esa razón, entre otras, la final de la Copa del Rey fue, el domingo pasado, mucho más que un partido de fútbol y ofreció un pantallazo de la mutante y confusa realidad política española.

 ?? RAÚL ??
RAÚL
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain