La Vanguardia

Los 40 años del Grec

- JOAN DE SAGARRA

Decía La Vanguardia: “El Grec vuelve a los orígenes. El festival cumple 40 años retomando el espíritu político con el que nació” (21 de mayo). Toma castaña. ¿Así que el Grec cumple 40 años? Y, encima, ¿retoma el “espíritu político con el que nació”? Mentira podrida. Permítanme que les cuente lo que en realidad ocurrió hace cuarenta años, en aquel verano de 1976.

En primer lugar, he de decir que el Grec, como tal, es decir, como festival veraniego que se celebra en el teatro griego de Montjuïc –falso teatro griego, hijo adulterino de la Exposición de 1929–, ya existía antes de 1976. La primera vez que asistí a él, debía de ser en los años cincuenta, a ver, si no recuerdo mal, un montaje de Tamayo de un clásico castellano. ¿O era neoyorquin­o? En aquellos años, la cosa funcionaba de la siguiente manera: el Ayuntamien­to abría un concurso para hacerse con el Grec. Dos, tres o cinco empresario­s se lo disputaban y ganaba el que tras mostrar su programaci­ón o, mejor dicho, su cartera o sus apellidos, se hacía con el beneplácit­o del alcalde. En 1976, muerto Franco e iniciado eso que se conoce como la Transición –con mayúscula, por favor–, las gentes de teatro de Barcelona creyeron que había llegado el momento de hacerse con el Grec, montar un Grec “al servei del poble” y mostrar que los tiempos estaban cambiando.

No fue fácil. Solíamos reunirnos en el edificio de los sindicatos, en la Via Laietana, entre medianoche y la 1 de la madrugada, cuando finalizaba­n los espectácul­os teatrales. Había quien estaba a favor del Grec “al servei del poble” y quien estaba en contra. Gaque namos nosotros. Con José María Loperena confeccion­amos la lista del comité que debía hacerse cargo de aquel Grec “al servei del poble”.

Los siete magníficos resultaron ser: Mario Gas, Carlos Lucena, el propio Loperena, Jaume Nadal, Roger Ruiz, Ricard Salvat y Pep Torrents. Cuando se hicieron públicos los nombres de los tres primeros de la lista, Josep Anton Codina, discípulo amado de Salvat (Escola Adrià Gual), se puso a gritar como un condenado: “Botiflers, botiflers!” (Codina era el mismo que, años atrás, había escrito en Serra d’Or que Els Joglars (en su etapa de mimos) no pertenecía­n al “teatre català”… ¡porque no hablaban! (en catalán, claro está).

Éramos, pues, los empresario­s, los supuestos empresario­s, de aquel Grec del 76, pero no teníamos ni una peseta. Y el dinero, mira por donde, nos llegó de Madrid. En marzo de 1976 coincidí en Barcelona con don Francisco José Mayans, a la sazón director general de Teatro. Mayans había llegado a Barcelona para entrevista­rse con los críticos teatrales. Ninguno de mis colegas –a excepción, tal vez, de Benach– sabía que el señor Mayans había sido en su juventud un buen amigo de Salvador Espriu. Al inicio de su Primera història d’Esther (Aymà, Barcelona, 1948), Espriu escribe: “Dedico aquest petit treball al meu amic Francesc Josep Mayans, de la generació literària següent a la meva, que ha apostat, amb risc evident, per l’encert d’algun cantàbil de la reina Esther”. Con el señor Mayans, que resultó ser una persona muy cordial, estuve hablando largo rato de su viejo amigo, de nuestro común amigo, Salvador Espriu, y cuando creí llegado el momento saqué el tema de la financiaci­ón del Grec. “No dispongo de dinero”, me dijo. “Pero algo sí tendrá, tampoco necesitamo­s mucho”, dije yo. “Bueno, tengo entre cuatro y cinco millones. Si el alcalde les cede el Grec, el dinero es suyo”, me dijo el señor director general. Y así es como se financió el célebre Grec del 76, gracias a Salvador Espriu.

En cuanto a la programaci­ón, recuerdo fue muy discutida. Se quería hacer un teatro político, comprometi­do, “al servei del poble”, y a alguien se le ocurrió nada más y nada menos que representa­r el Julio César de Shakespear­e. En principio se aceptó, pero al día siguiente una joven actriz dijo que se había leído la obra y la encontraba machista: “Tot són homes”, dijo. Y la pieza quedó descartada. También recuerdo que la noche del 20 de junio, durante el estreno de Roses roges per a mi, de Sean O’Casey, cada vez que algún intérprete pronunciab­a la palabra “llibertat”, el público aplaudía. Terenci Moix, que estaba sentado a mi lado, me dijo: “Es un públic de nova cançó”.

Si antes de 1976 ya había Grec –“el festival de verano del Grec”–, el Grec del 76 no tuvo continuida­d. En 1979, cuando el primer Ayuntamien­to democrátic­o se hizo cargo del

El teatro griego de Montjuïc es un hijo adulterino de la Exposición Universal de Barcelona de 1929 Permitanme que les cuente lo que sucedió en esta ciudad hace 40 años, en aquel verano de 1976

festival, la profesión quedó al margen a la hora de establecer la programaci­ón (y de gestionar el festival). En realidad, el Grec del 76 terminó mal: la Assemblea d’Actors i Directors que lo había creado se dividió. En noviembre de aquel año, una de las fracciones, la Assemblea de Treballado­rs de l’Espectacle, abarrotaba durante tres noches el Born con su Don Juan Tenorio. Nacía el Lliure (de Gràcia), y un año después estallaba el caso La torna. En cierto modo, Franco seguía vivo.

“El festival cumple 40 años”, escribe un colega en este diario. ¿40 años del Grec del 76? No. El Grec del 76 fue algo insólito y duró lo que tenía que durar. El Grec actual es más viejo, nació antes de 1976, sólo que entonces el empresario lo nombraba el Ayuntamien­to y hoy es el propio Ayuntamien­to quien hace de empresario, a través de un director.

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ / ARCHIVO ?? Ensayo de la obra Tragèdia, de Àlex Rigola, que se representó en el Teatre Grec en el 2011
LLIBERT TEIXIDÓ / ARCHIVO Ensayo de la obra Tragèdia, de Àlex Rigola, que se representó en el Teatre Grec en el 2011
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