Su santidad Apollinaire
Ytambién Hércules Apollinaire e incluso Apollinaire académico, como lo representó su amigo Picasso, de quién fue difusor temprano y convicto. Un personaje desmesurado y excepcional que, destino de los grandes, pasó por la vida a zancadas y nos dejó una estela de ideas imborrables, cuya intensidad todavía nos intriga. Wilhem Apollinaris de Kostrowitzky (Roma 1880-París 1918) fue, sí, el poeta y crítico francés incisivo que visualizó en cubista, en imágenes prismáticas el esprit de la vanguardia emergente, para transfigurarse en el titán de las más duras batallas artísticas. Apostó por los fauves y el arte africano fascinado por Matisse y Dérain en 1908, al igual que defendió la revolución cubista de sus amigos Picasso y Braque en Los pintores cubistas de 1913. Sin desatender la fuerza premonitoria del colorismo efervescente de Delaunay, que llamó orfismo, ni el futurismo de Marinetti: La antitradición futurista data de ese año, deslumbrado a la par por el arte de Picabia y de Giorgio de Chirico, a los que avaló contra el frente decorativo burgués hasta que la guerra lo arrastró a las trincheras en 1914. Artillero, soldado de a pie, herido pronto por un obús perdido, pero capaz de magnificar en imágenes de ensueño el terrible resplandor de la pólvora ardiente.
Trepanado y aún convaleciente, Apollinaire se infiltró en la aventura de Parade con el ballet Les mamelles de Tiresias ,en tanto colaboraba con el coleccionista y editor Paul Guillaume con las aceradas críticas artísticas y exposiciones que le dieron nombre. La leyenda de Apollinaire perfila un magnético relato: hijo natural de una noble polaca, de padre ignorado pero conocido y nieto de un gentilhombre vaticano con acreditada fama de enredador. Educado en Niza en un colegio de élite, se convirtió en el audaz “inventor de ideas” con una obra inverosímil y una vida apasionada.
La muestra del Musée de L’Orangerie de París, casi cuatrocientas obras entre pintura, escultura, fotografía y libros que cubren el arco 1902-1918, es un homenaje al poeta y un tributo a su tórrida imaginación: Caligrammes y Alcools son la carta identitaria de la experimentación poética. También el título de la exposición es diáfano: La mirada del poeta. Rodeado de admiradores y detractores, Apollinaire fue celebrado hasta el fanatismo y denostado con saña, siempre consciente de su hábil singularidad como lector y fabulador de asociaciones plásticas imposibles. De 1913 data este autorretrato: “No leo más que las mismas cosas desde mi infancia y nunca me he entregado al trabajo de forma metódica, sino por un afán natural que me permite captar la intensidad y la perfección de una obra de arte por una especie de intuición… Creo que no he imitado nada y cada una de mis obras evoca una mirada nueva”.
Su biografía convierte su obra y su actitud estética en la vértebra de la sensibilidad moderna en el momento azaroso de su consolidación como brújula para navegantes inquietos. Por ejemplo, Picasso y la pintura española en París, de Iturrino y Zuloaga a Juan Gris e incluso Ramón Pichot. En efecto, Apollinaire nació en el Trastevere y su madre, Angélica, fue una detractora radical de la moral burguesa que escapó a Bolonia, donde el niño aprendió a escribir en italiano, lengua que detestaba. En 1882 se instalan en Mónaco y después en Niza, donde aprende francés y asimila las maneras de la extraterritorialidad cosmopolita meridional. Enseguida el salto a París, en 1899, y un subempleo publicitario que lo lleva al periodismo. Sus primeras tentativas literarias se publican en La Revue Blanche y Mercure de France, donde debuta el poeta y afila sus armas el punzante crítico de arte. Encuentra en Vlaminck y Derain, 1904, el atajo hacia la intimidad de Picasso. Los amigos de Picasso serán los suyos y Max Jacob lo introduce en la conspiración bohemia: en 1907 es ya Apollinaire a secas y publica su sulfuroso panfleto Les onze mille verges. Son los años de Les Soirées de Paris y L’Intrasigeant, de un frente activo que cierra filas con Picasso, Matisse, Braque y Delaunay y apunta un arte nuevo basado en la pintura de formas sin normas.
La guerra marcó un punto inesperado de inflexión en Apollinaire. Será uno de aquellos ilusos poilous que desfilan entonando aires marciales trufados de canciones de cuna en trama amorosa y erótica. El terrible horror de las trincheras adquiere una dimensión estética, una constelación poética contagiosa. En 1916 resulta herido de gravedad. Sólo la mirada y el entusiasmo creativo de los ballets rusos llenan el último año del poeta. Muere en noviembre de 1918, dos días antes del armisticio.
En Los pintores cubistas escribe sobre Braque: “El hombre que medita sobre qué es lo moderno. El artista que sueña constelaciones nuevas, dibuja y pinta con formas nuevas. Como los ángeles”. Un artista que pinta con palabras en la vigilia ardiente de un enigmático mañana.