Hijos de piloto
En los años setenta y ochenta, a diferencia de la fórmula 1 europea, el automovilismo en Estados Unidos estaba dominado por sagas, como los Unser o los Andretti. Al Unser, que en 1987 ganó las 500 Millas de Indianapolis, era hermano de Bobby Unser y padre de Al Unser Jr. Otro hermano, Jerry, y los sobrinos, Johnny y Robert, también corrían. Yo me imaginaba una escena de la serie de televisión Bonanza. Los hermanos Unser con sus hijos llegaban frente a un gran caserío, aparcaban el Lightning-Offenhausen y los Penske-Cosworth frente al porche. La madre, que estaba en la cocina preparando una tarta de cerezas, salía a recibirles secándose las manos con el delantal.
En la fórmula 1 las cosas eran distintas: desde los años sesenta se había pasado del gentleman driver de aspecto aristocrático (Graham Hill, pobre, inspiró la versión de dibujos animados: Dick Dastardly, el Pierre Nodoyuna de Los autos locos), a jóvenes pilotos con talento que salían de la nada y que a base de sacrificios iban pasando de una categoría a otra. Algunos, como el caso de Nelson Piquet, incluso se cambiaban el nombre para que sus padres no se enteraran por la prensa de que corrían. En pocos años, la fórmula 1 se ha llenado de hijos de piloto. Hill, Villeneuve, Rosberg, Piquet y ahora, Sainz, Magnusen, Verstappen y Jolyon Palmer. Además de algunos sobrinos: Christian Fittipaldi y Bruno Senna. La explicación es sencilla. En un deporte elitista como la fórmula 1, la experiencia y los contactos familiares aportan un bagaje que facilita el nacimiento de las vocaciones y las explosiones de talento. A veces existe la necesidad de emular los éxitos del padre (un padre muerto en accidente de avión o en pista en el caso de Hill o de Villeneuve) o de conseguir lo que el padre no logró o no logró del todo (Verstappen, Rosberg). Lo cual introduce un argumento psicoanalítico nada despreciable.
Pero, además, hay que contar con otro factor. La Fórmula 1 se ha convertido en un rosario de franquicias en países exóticos, sin tradición en el mundo del motor. Vende una imagen de marca y para mantenerla es importante ofrecer elementos reconocibles. De ahí por ejemplo las decoraciones vintage de los bólidos. El blanco del capó motor del Ferrari de este año, por ejemplo, es una referencia evidente al Ferrari 312/T2 de Niki Lauda del 1976. Verstappen es buenísimo. Y lo sería aunque se llamara Van Veeldvoorde. Pero los nombres históricos son siempre bien recibidos, porque demuestran que la fórmula 1 es realmente la fórmula 1. El hijo de Michael Schumacher, Mick, que corre la fórmula 4 italiana, tiene la puerta abierta.