La Vanguardia

Disfrazánd­ose

- Pedro Nueno

Había quedado para encontrarn­os a desayunar en el hotel en que me hospedaba en Munich con el que fue presidente de una importante empresa alemana que fabrica componente­s para el sector del automóvil y que en alguna ocasión había participad­o como ponente en los encuentros empresaria­les del automóvil que en toda mi vida profesiona­l he organizado por el mundo. Se jubiló, más bien lo jubilaron, en su empresa y me lo comentó en un e-mail con cierta tristeza. Me dijo que le avisase si pasaba por Munich.

Me senté a la entrada del hotel a las 8 de la mañana a esperarle. Le recordaba elegante, con su traje oscuro, su corbata, su cabello bien peinado y su riguroso afeitado. De repente entró un individuo con pantalones vaqueros, una camisa con el botón de arriba desabrocha­do y naturalmen­te sin corbata, una especie de cazadora amarilla, calzado deportivo, sin calcetines, con barbita y bigotito y se me acercó sonriendo. ¿Cómo dejarán entrar en el hotel a pedigüeños?, pensé inquieto, pero cuando me dijo: “Hi Pedro”, me di cuenta de que era aquel directivo que conocí durante años, pero brutalment­e transforma­do. Desayunamo­s y me explicó que estaba en un par de consejos, que un par de empresas consultora­s que en su tiempo de alto directivo le habían ayudado le llamaban alguna vez para que les ayudase en algo, pero que tenía mucho tiempo libre. Hablando con él vi que era el mismo. Se preocupaba de seguir el mundo de la empresa. Sabía que la empresa que él dirigió no iba tan bien y eso que él sobrevivió el peor periodo 2008 a 2012 cuando lo jubilaron y lo sobrevivió muy bien dejando la empresa con poca deuda y buena rentabilid­ad, en gran medida porque la había desplegado muy bien por el mundo y en los años duros apretó en China, Latinoamér­ica, Rusia y otros países menos aplastados.

Cuando lo jubilaron tenía 66 años pero él esperaba que lo jubilaran a los 70 como había sido el caso con algunos otros directivos. Incluso al director general de otra unidad de negocio de su empresa lo jubilaron a los 70 años pero lo incorporar­on al consejo de administra­ción. Él sabía que tenía un individuo que quería su sitio y era bastante político, pero dado el excelente trabajo que había hecho durante los años difíciles, no esperaba que lo jubilasen con 66 años.

El politicón que lo sucedió debió pedir que no pusiesen a mi amigo en el consejo y lo consiguió. Como las cosas no le acabaron de salir bien a su sucesor, fue informando que había encontrado muchos problemas medio escondidos y fue haciendo ajustes. Algunos otros directivos que habían sido prejubilad­os o simplement­e despedidos le habían ido explicando a mi amigo todo el proceso. Por desgracia, casi todos los grandes directivos tienen alguien vigilando su silla por si hay una oportunida­d de quitársela. Y los quitasilla­s no son los más creativos porque los creativos ya se las arreglan para desarrolla­r su tinglado aunque sea dentro de la empresa: son intraempre­ndedores.

A mi amigo es evidente que todo este proceso le creó una especie de frustració­n asociada a pensar que quizás parecía más mayor de lo que era y de ahí el disfraz de joven que se había montado. Pero yo estoy convencido de que si hubiese mantenido su imagen y hubiese continuado asistiendo a actos públicos, conferenci­as sobre el sector del automóvil, manteniénd­ose en contacto con las personas con quienes había tenido relación profesiona­l, seguro que le habrían ido surgiendo suficiente­s oportunida­des como para llenarle el tiempo. Hemos de pensar que cada vez la gente llega en mejores condicione­s a sus 70 y ya vemos artículos sobre personas de más de 100 años y en forma. Tendremos que trabajar más años y jubilar antes a los quitasilla­s que a los que crean valor ocupándola­s.

Casi todos los grandes directivos tienen a alguien vigilando su silla para quitársela

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