La inesperada ‘Pasionaria’ marroquí
Un reciente sondeo levantó la liebre escondida. El barómetro TelQuel-Tizi-Averty preguntó a los marroquíes por sus preferencias sobre quién debería dirigir el próximo gobierno. Abdelila Benkiran, actual jefe del Gobierno, lideraba las respuestas, seguido por su enemigo y magnate de prensa Ilyas el Omari. La sorpresa estaba en que en tercer lugar se colocaba Nabila Munib, primera mujer que dirige un partido político en el país, el pequeño y casi desconocido Partido Socialista Unificado.
El PSU es un partido de izquierda radical que hasta el año pasado ni siquiera participaba en las elecciones. Al calor del movimiento del 20 de Febrero sus anquilosadas estructuras dieron un giro radical al elegir a Nabila Munib como secretaria general por aplastante mayoría. Desde entonces, su figura se ha engrandecido hasta el punto de que hoy nadie duda de la existencia de un efecto Munib.
Munib, de 56 años, lleva toda su vida ligada a la lucha en defensa de la mujer y las opciones de izquierda. Nacida en Casablanca, vivió parte de su infancia en Orán, donde su padre era cónsul. Estudió Biología y Endocrinología en Montpellier y desde su vuelta a Marruecos da clases en la Universidad de Casablanca.
Su figura empezó a coger fuerza cuando el rey la propuso para defender la visión marroquí sobre el Sáhara en Suecia, país que estuvo a punto de reconocer a la República Árabe Saharaui Democrática, aunque finalmente se echó atrás. A Suecia fue Munib no sin antes imponer una condición: que únicamente le acompañarían representantes de la izquierda. Mohamed VI aceptó. Desde entonces, su popularidad no ha dejado de crecer, aunque algunos compañeros de la izquierda radical la llamen “la Pasionaria domesticada”.
A día de hoy, la posibilidad de que presida un futuro ejecutivo en Marruecos es prácticamente nula, aunque no lo ve imposible. Trabaja para que una izquierda “autónoma y coherente” acuda unida a las elecciones, con ella a la cabeza. Se define como “una militante que lucha por un modelo de sociedad”, cuyo objetivo irrenunciable es “una verdadera monarquía parlamentaria”, en la que “el rey reina, pero no gobierna, como en España”.
Su primera promesa, si llegara a presidir el gobierno, es designar un equipo absolutamente paritario, “compuesto la mitad por mujeres y la otra mitad por hombres, sin dudas ni vacilaciones”. Leyes que “amputen la gangrena de la corrupción” y que permitan una profunda “reforma de las instituciones, de la Justicia, de la Administración y de la Educación”. Y acabaría con la lacra del analfabetismo, tan extendido en Marruecos, mediante la aplicación del mismo “plan de choque que Fidel Castro puso en marcha nada más triunfar la revolución cubana”.
Habla árabe y francés, viste con elegancia, es madre de tres hijos y posee una gran retórica, que deja mudos a sus adversarios, quienes le acusan con frecuencia de ser una “burguesa jugando a hacer la revolución”.
El imparable ascenso de Nabila Munib en la política marroquí supone una conquista más en la lenta pero inexorable batalla de las marroquíes por mejorar su situación. Un combate de 30 años que, aunque lejos de alcanzar los niveles mínimos, sigue asumiendo nuevos territorios de libertad.
Avances que se observan en datos como el ligero retroceso en el número de matrimonios de hombres con niñas, que ha disminuido en los últimos dos años, pese a que aún representan el 12% del total. O el nuevo Código de Familia, aprobado también por los islamistas, por el que la mujer deja de estar supeditada para contraer matrimonio a la tutela del padre, hermano o tutor; ambos esposos comparten la responsabilidad familiar, y la mujer deja de deber obediencia al marido y puede divorciarse cuando lo desee. No se ha abolido el repudio, pero casi se imposibilita en la práctica.
Aunque Munib celebra estos avances, los considera insuficientes. Por ello, está dispuesta a dar la batalla para ser presidenta del gobierno, para luchar por “una sociedad verdaderamente democrática y moderna. No simplemente moderna de cara al exterior, pero tradicional y arcaica hacia el interior”.
ADOLFO S. RUIZ Mohamed VI envió a Munib a Suecia para evitar que esta reconociera la República Saharaui