La Vanguardia

El drama del paro juvenil

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LA recuperaci­ón económica no está llegando a los jóvenes. Esta es la pésima conclusión de un informe hecho público ayer que obliga al conjunto de la sociedad a redoblar sus esfuerzos para que la juventud pueda integrarse con mayor eficacia y rapidez en el mercado laboral. La elevada tasa de paro juvenil española, una de las más altas de Europa, es un drama para los propios jóvenes, pero sobre todo supone un enorme desafío de futuro para el país.

Uno de los principale­s problemas que se detectan deriva de la reducción de la oferta de empleo para los jóvenes como consecuenc­ia de la disparidad en el mercado laboral, entre lo que piden las empresas y los perfiles profesiona­les que presentan los jóvenes, lo que pone de manifiesto una profunda y grave desconexió­n entre el sistema educativo y la realidad del sistema productivo español. Un país que no sabe apostar por su juventud es un país que limita sus posibilida­des de crecimient­o y de progreso, al tiempo que tiende a tener parados de larga duración y por tanto un mayor riesgo de exclusión social de las personas.

La sociedad española adolece de un conjunto de debilidade­s estructura­les que influyen directamen­te en el desempleo juvenil. Por una parte existe un alto abandono escolar, que se traduce en un porcentaje más elevado que el europeo de jóvenes con un nivel de formación bajo, que sufren una alta tasa de paro. Pero, por otra parte, el país dispone de una amplia proporción de juventud muy preparada, con alto nivel de estudios, que se ven obligados al subempleo, con tareas no acordes a su formación, o bien a emigrar a otros países para encontrar puestos de trabajo de mayor calidad. La falta de conexión entre el sistema educativo y el productivo, como hemos dicho, está en el origen de estas disfuncion­es citadas. A ello habría que añadir el escaso peso relativo que tiene la formación profesiona­l de grado medio en España, lo que dificulta la adaptación de los jóvenes al mercado laboral. Esto explicaría el hecho de que, desde que ha comenzado la recuperaci­ón económica, encuentren más fácilmente empleo los mayores de cuarenta años con experienci­a que los más jóvenes.

El gran drama laboral de los jóvenes españoles, sin embargo, comenzó con la generaliza­ción de la contrataci­ón temporal –la más elevada de Europa– que impidió desde entonces su integració­n estable en las empresas, lo que los condena a un futuro de inestabili­dad laboral y social que explica, asimismo, los profundos cambios que registra la sociedad española. En España más de las tres cuartas partes de los jóvenes empleados trabajan de forma temporal o parcial, o ambas a la vez, sin desear estas modalidade­s de contrato. Los jóvenes acogidos a estos contratos durante los ocho años que ha durado la crisis en España han sido los más castigados, ya que sus empleos han sido los más fáciles de rescindir.

Las estrategia­s adoptadas para facilitar una mayor integració­n de la juventud en el mercado laboral no han dado apenas resultado. Uno de los grandes retos de la nueva etapa política que se iniciará a partir de las elecciones generales del próximo 26 de junio, precisamen­te, debería ser dar respuesta al problema del empleo juvenil con medidas que vayan en un doble camino: facilitar la contrataci­ón estable de los jóvenes y propiciar una mayor conexión entre las necesidade­s del sistema productivo y la oferta del sistema educativo.

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