Mas, el futuro
Dos ideas recorren estos días algunas lenguas prolijas del procés, que saltan del charco cual ranitas sandungueras, ávidas de un charco mejor. Una es que Artur Mas no debía haber dado su paso al lado, porque lo suyo era dejarse quemar en la pira de la CUP para convertirse en un heroico montículo de cenizas. ¡Qué bello cadáver para la épica nacional!
Y la otra idea, perpetrada por las mismas lenguas, es que ahora que ha sobrevivido, pesa demasiado y que su paso al lado debe ser un paso atrás, confirmando la vieja máxima de que la pérdida del poder implica perder amigos. Amigos o presuntos, que ya se sabe. Desde esta perspectiva, Mas no tenía opción: o moría en la cacería de brujas cupera o muere ahora por inanición política, relegado a la categoría de notable jubilado. ¿Sorprende? En mi caso, lo que me sorprende no es el hecho, sino la prisa en pedir su cabeza por parte de quienes, hace dos días, le hacían la ola con desaforado entusiasmo.
Dicho lo cual, lo importante no es el salto de la rana, sino el papel que Mas debe tener en la realidad catalana surgida después de su salida, tanto en el refundado partido como en el global del proceso independentista. Ahorro
Sólo los países mezquinos tiran por la borda a sus mejores activos con la primera tormenta
debate sobre si debía dar el famoso paso o no, porque es evidente que si no lo hubiera dado, ahora no nos preguntaríamos por su presente y su futuro políticos. Sencillamente, habría entrado en el museo. Como por el contrario –y a pesar de algunos– está muy vivo, la cuestión es harto relevante, porque Mas ha sumado a su liderazgo político, el liderazgo moral que acumuló con su decisión, y ese capital debe administrarse con inteligencia.
Desde mi perspectiva, algunas reflexiones. La primera es obvia: no podemos perder ningún gran activo soberanista, y mucho menos al líder que movió todo el espacio central hacia el independentismo, se enfrentó al Estado y está imputado por ello penalmente. Sólo los países mezquinos e inmaduros tiran por la borda a sus mejores activos con la primera tormenta. Lo segundo deriva de lo primero: Mas debe mantener una alta capacidad de decisión y para ello parece necesario el cargo de presidente ejecutivo del nuevo partido, lo cual no desmiente la necesidad de un equipo directivo seriamente renovado. Pero algo está claro: un Mas sin poder es un Mas que no puede ejercer ni su capacidad estratégica ni su liderazgo. Y si se está de acuerdo con el primer supuesto, el segundo cae cual ley de Newton. Finalmente, debe quedar clara la bicefalia Mas-Puigdemont, y el papel diverso que ambos deben ejercer, uno en Palau y el otro en el partido, libre de ser incluso crítico con el Govern. Y por el camino, estructurar el debate de las ideas. Esas son las dos opciones: la jubilación o el liderazgo. No hay tercera vía, porque el paso al lado del paso al lado es una sibilina manera de jubilarlo, con palmadita en la espalda. Propio de ranitas saltarinas.