La Vanguardia

La estafa ‘single’

- Joana Bonet

Mis amigas solteras de segunda o tercera vuelta han perdido la confianza en los viajes para singles. La noche de la despedida suelen acabar bailando con mujeres, reproducie­ndo justo aquello que tanto les había avergonzad­o de muchachas, cuando las vecinas se agarraban para bailar un pasodoble bajo los entoldados de verano mientras sus maridos veían el partido en el bar. Esas mujeres son hoy las viudas que viajan en los autocares del Imserso a los lugares cálidos de España en temporada baja, eso sí, cuando la arena de la playa se vuelve parduzca, los paseos marítimos parecen decorados de cartón piedra y los hoteles de verano en noviembre se tornan inhóspitos y desangelad­os. Por la noche, después del bufet, si quieren soltar el cuerpo y el poquito de alcohol, están condenadas a seguir bailando con otras mujeres ya que en esas excursione­s nunca viajan hombres solos. Muchas de ellas, cuarentañe­ras o septuagena­rias, han decidido dimitir de los formatos para encontrar pareja que la tecnología y el mercado, ávido de respuestas, han multiplica­do. Lees “plan para singles” y automática­mente imaginas una fiesta despeinada, en la que suenan tanto Beyoncé como Marvin Gaye, capaz de caldear el cuarto al instante. Caminatas emocionant­es por cañaverale­s o cenas a la luz de la luna donde la pandilla acaba jugando al póquer picante. Son una estafa, dicen mis amigas. Porque en esos planes cuyo enunciado parece llevar luces de colores los tíos con los que se han topado son tan colgados, maniáticos y obsesivos como ellas. Con la diferencia de que, en lugar de romanticis­mo, sólo buscan una buena acompañant­e para atravesar en bicicleta los Países Bajos. Ana ha tenido una colección de minirrelac­iones a través de Tinder o de AdoptaUnTí­o, cuyos resultados le darán para escribir un libro sobre el desequilib­rio mental en tiempos de Facebook, o algo parecido. Hombres deportista­s, sí, que nadan, corren, suben montañas, que hacen la compra como si resolviera­n un sudoku y se irritan si te dejas el tarro de la mantequill­a abierto en el primer desayuno en su casa. Lo peor de todo es la ilusión: pasar el dedo por encima de la pantalla del smartphone, mirando rostros y cuerpos de la misma forma que podemos ver ropa, pensando en lo bien que te quedará uno u otro, olvidando que se trata de material humano inflamable. A tanta gente le ha ido bien, se dicen, aunque lo oculten porque les parece demasiado banal confesar que se conocieron en un portal de citas. Me temo que ellas, en cambio, seguirán recogiendo miradas al cruzar el semáforo, pensando que aquel que acaba de pasar podría ser el amor de su vida, el que nunca se subirá a un autocar de singles para acabar invitando a algún corazón desdichado a recorrer Holanda en mountain bike.

En esos planes cuyo enunciado parece llevar luces de colores, los tíos son tan colgados, maniáticos y obsesivos como ellas

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