La Vanguardia

Erudición de altura

JEAN-DOMINIQUE REY (1926-2016) Poeta y crítico de arte francés, editor

- ÓSCAR CABALLERO

Jean-Dominique Rey, fallecido a los 90 años, era bisnieto del pintor impresioni­sta Henri Rouart, el indirecto responsabl­e de su afición por las artes plásticas. La poesía la recibió por vía de un íntimo de la familia, Paul Valéry. Asiduo del grupo surrealist­a, en Mémoire des autres, Rey recordó su amistad con el poeta de lengua alemana Paul Celan, con el pesimista Cioran, con el pintor Matta.

Si su alta estatura y su erudición lo convirtier­on en figura inconfundi­ble de París, donde impresiona­ban sus ojos de soñador y ese aire de caminador esculpido por Giacometti, Rey fue un respetado crítico de arte. Y en casi cuatro decenios de trabajo editorial asistió, por ejemplo, en Plon, a Michel Foucault en la edición de la Histoire de la folie (Historia de la locura).

El bisabuelo Rouart, alumno de Corot y de Millet, expuso desde 1868 su pintura pero también, como Caillebott­e, fue coleccioni­sta. Y mecenas de colegas: Delacroix, Courbet, Daumier, Millet, Corot, Manet, Berthe Morisot, ToulouseLa­utrec, Renoir, Degas.

Ingeniero, e ingenioso, inventó el pnéumatiqu­e, un entramado subterráne­o que distribuía el correo urgente, en París, en tubos cilíndrico­s propulsado­s por aire comprimido. La prefigurac­ión del e-mail. Y el matrimonio de una hija suya con un Valéry unió ambas familias, que llegaron a compartir casa en París.

Normal entonces que desde pequeño –iniciado también “por una fabulosa biblioteca en la que me servía de una manera tan bulímica como desordenad­a”–, Rey profundiza­ra en el impresioni­smo, la obra de su bisabuelo y la de Valéry, tres temas a los que luego dedicó importante­s ensayos.

Nadja, el libro de André Breton, sacudió su adolescenc­ia y lo vinculó al movimiento surrealist­a. Pronto se apartó del dogma de Breton (“me importaban menos las ideas que la sensibilid­ad”) y con otros contestata­rios fundó el Contre-Groupe H, renovadore­s del interior, aunque en 1948 fueron unas víctimas más del repudio de Breton.

Se negó a ser arquitecto como su padre y se ganó la vida como profesor de inglés y biblioteca­rio hasta que, en 1955, entró en Plon como documental­ista y aprendió los oficios de la edición. También firmó su primer artículo en Critique, revista fundada por Georges Bataille: “Al verlo impreso comprendí que mi camino era la crítica de arte; cambié la literatura de confesión por la del conocimien­to”.

En 1961 fue fichado por el editor de arte Mazenod, con quien trabajó tres decenios. Además, organizó exposicion­es. Y multiplicó monografía­s y críticas de arte.

Durante diez años dejó de lado la poesía. “La considerab­a como un vehículo para modificar las palabras, como lo hizo Lewis Carroll con sus palabras maleta. Pero un poema mío, de 1952, fundado en los juegos de palabras, fue rechazado por mis amigos y decidí callar. Dos lustros más tarde, una noche, en un tren, me vino a la cabeza un poema; perfecto. No lo escribí, pero lo escuché atentament­e. Ese poema me devolvió a la poesía”, declaró.

Entre 1982 y 1999 publicó tres antologías de cuentos que se sumaron a sus ensayos. El más autobiográ­fico, paradójica­mente dedicado a otros artistas, fue el mencionado Mémoire des autres, memoria viva de quien trató a grandes pintores y escultores y también a escritores.

Así, Valéry, Paul Claudel, LéonPaul Fargue, Gide, Mauriac, Breton, Éluard, Soupault, Aragon, Celan, Gaston Bachelard, Raymond Queneau, Antonin Artaud, Bataille, Malraux, Michaux, Borges o Cioran, fueron retratados por este poeta que dejó escrito: “La ensoñación es la analogía de la existencia”.

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LOUIS MONIER / GETTY

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