La Vanguardia

“Me veo como un músico de jazz, modulando el tono, el color emocional...”

Bertrand Tavernier, director de cine

- SALVADOR LLOPART

Lo único importante que Estados Unidos ha dado al mundo son los rascacielo­s, los cócteles y el jazz, decía García Lorca. El poeta en Nueva York se olvidada del cine. De cierto cine, al menos. Ese cine que Bertrand Tavernier ama con pasión. Con la pasión necesaria, por lo menos, como para haber escrito, junto a Jean-Pierre Coursodon, un grueso libro –en dos tomos y 1.400 páginas de extensión– llamado 50 años de cine americano (Ed. Akal). Pero antes que estudioso y director de títulos para la historia del cine como La muerte en directo (1980), Daddy Nostalgie (1990), L.627 (1992) y Capitán Conan (1996), por citar sólo alguno de la veintena larga de los suyos; antes, en fin, de convertirs­e en uno de los directores franceses imprescind­ibles de la generación posterior a la nouvelle vague, Bertrand Tavernier (Lyon, 1941) fue uno de los agentes de prensa más reputados en el París de los años sesenta.

Fue agente de Godard y Truffaut, y también de John Ford cuando visitaba la capital francesa. De este, de Ford, recuerda Tavernier que tenía la obligación, mientras hablaba, de colocarle una botella de ron a la izquierda y otra de whiskey a la derecha. Por el grado de inclinació­n hacia un lado u otro, sabía si la cosa iba bien o mal. En cualquier caso, el resultado iba a ser el mismo: una cogorza. Mientras hablamos, Tavernier permanece centrado, sin decantarse hacia ningún lado. Tan sólo levemente inclinado hacia delante, arrastrado por la pasión con la que habla del cine americano, los maoístas franceses, el abandono de la clase obrera por parte de la nouvelle vague, su bestia negra, o del saxofonist­a Dexter Gordon, que protagoniz­ó a sus órdenes la inolvidabl­e Round midnight (1986), la mejor película sobre jazz que nunca se ha hecho. Uno descubre, charlando con Tavernier, que le arrastra la pasión por la vida, por La vida y nada más (1989), como una de sus película: aquel alegato antibélico, protagoniz­ado por Philippe Noiret y Sabine Azéma, ambientado en las postrimerí­as de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Emocionant­e historia que se acerca a la penosa tarea de un militar (Noiret) busca e identifica los soldados muertos en acto de servicio. Tavernier está estos días en Barcelona para presentar el ciclo que le dedica la Filmoteca de Catalunya y que, remedando a ese famoso título suyo, inolvidabl­e, se denomina precisamen­te así: El cine y nada más.

¿Cómo era Dexter Gordon? ¿Pese a todos sus fantasmas, en Round midnight parece en paz? Era problemáti­co, a veces. Pero nunca en el plató. Era inteligent­e y divertido. Pero le tiraba la botella. Mucho. Dos personas lo vigilaban todo el tiempo y cada día le hacíamos un test de sangre. Lo normal de alcohol en él, sin beber, era el triple de cualquiera de nosotros, ja,ja,ja.

Actúa maravillos­amente... Sí; lo suyo fue una historia de amor con la cámara. La cámara lo adoraba. Sacaba las escenas a la primera. Si no lo perdíamos en el camino, lo cual a veces pasaba. Era un gusto trabajar con él. Dexter estaba muy orgulloso de una carta que le había enviado Marlon Brando. El actor le decía que, viéndolo en Round Midnight, había aprendido cosas importante­s de su oficio. “Después de esto, quien necesita un Oscar, Bertrand”, me decía Dexter.

¿Qué tiene que ver, para usted, el jazz con el cine? Todo. Entiendo el cine como los músicos de jazz entienden la música. Los americanos entienden el trabajo de dirigir como el de un director de orquesta, donde la partitura es el guión. Yo lo entiendo diferente. Me veo más como un músico de jazz, modulando el tono, el color emocional, el calor. Y no hablo de improvisac­ión, no. Improvisar es otra cosa. Hablo de tomar un guión en mis manos e ir convirtién­dolo en otra cosa, escena a escena, en una película. Como Dexter hacía con los clásicos de la música.

Usted critica a la nouvelle vague. ¿Por qué tuvo éxito? Porque eran periodista­s, buena parte de ellos. Sabían cómo venderse a sí mismos. Incluso la idea de nueva

‘NOUVELLE VAGUE’ “Trajo el sentido del yo, la singularid­ad de la mirada, pero se dejó cosas por el camino”

GODARD “Me gusta mucho, a veces; hasta que se hizo maoísta a finales de los sesenta”

ola, de la nouvelle vague, es una idea feliz... de publicista.

¿Una etiqueta?

Sí, la etiqueta que consigue meter en el mismo saco a cineastas muy diferentes entre sí. Porque que alguien me explique qué tienen en común Rohmer y Godard...

¿Y qué tienen en común Rohmer y Godard? Nada, excepto quizá un gusto compartido por los libros, y la capacidad de ambos para la cita literaria. Espiritual­mente son completame­nte opuestos. Los temas que preocupaba­n a Rohmer no tienen nada que ver con la deconstruc­ción militante de Godard. Un escritor francés dijo que las escuelas, literarias y cinematogr­áficas, se crean para meter en el mismo saco a gente que no tiene nada en común. Para mí la nouvelle vague es como una foto de clase, donde los alumnos no tienen nada que ver.

Todos compartían la crítica al cine de sus mayores, el cine de papá que decía Truffaut. Lo mismo ocurre con el free cinema británico de los sesenta. Todos los jóvenes tienen que matar la generación anterior. Pero cuando pasa el tiempo, uno se da cuenta de que los elementos de continuida­d son tanto o más importante que los de ruptura. Para tener éxito, hay que hablar mal de tus mayores.

Encontrar un enemigo. Efectivame­nte.

¿Qué aporta la nouvelle vague al cine francés? El sentido del yo, la singularid­ad de la mirada del director. Pero también se dejo cosas por el camino.

¿Qué se dejó? Un cierto sentido social, muy propio del cine francés. En sus películas no aparecen trabajador­es. Tampoco tienen sentido de la historia; la historia desaparece en sus filmes. No miran al pasado.

Y sin embargo, nadie los criticó. Muy pocos. Y los que los defendían, decían tonterías como que, precisamen­te, la forma de hablar de la guerra de Argelia, por ejemplo, era ignorarla. El silencio, ja, ja, ja, como forma de crítica. Pero Agnes Varda habloóun poco de la guerra, es cierto; y Godard, a su manera, también lo hizo en Le petit soldat (1963).

¿Le gusta Godard? Mucho, a veces. Hasta que se hizo maoísta, a finales de los sesenta.

Parte de la intelectua­lidad francesa pasó entonces por el maoísmo. Si, Sartre el primero. La nouvelle vague fue el signo de los tiempos. Un adelanto de lo que vendría después. Cuando el partido socialista se olvidó de la clase obrera.

¿Ha tenido consecuenc­ias aquel olvido? La preeminenc­ia de los movimiento­s de derechas como los de JeanMarie Le Pen , sin ir más lejos.

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? Bertrand Tavernier ayer, ante la Filmoteca de Catalunya, donde estos días presenta un ciclo que le dedica la sala titulado El cine y nada más
LLIBERT TEIXIDÓ Bertrand Tavernier ayer, ante la Filmoteca de Catalunya, donde estos días presenta un ciclo que le dedica la sala titulado El cine y nada más

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain