Captura sin precedentes de un traficante de seres humanos
Capturado y extraditado a Italia, en una acción sin precedentes, uno de los principales traficantes de seres humanos
En abril del año pasado, el fiscal Maurizio Scalia, en su despacho de Palermo, se mostraba muy escéptico en una entrevista con La Vanguardia. “Vaciamos el mar con un cubo”, dijo, resignado. Scalia acababa de ordenar la detención de 24 personas vinculadas a la inmigración clandestina hacia Europa, pero los peces gordos se hallaban prófugos. El fiscal reconocía muy escasas posibilidades de poder capturarlos en sus refugios en el norte de África.
Catorce meses después, anteayer por la noche, Medhane Yehdego Mered, el General, descendía, esposado, de un avión de la Fuerza Aérea italiana en el aeropuerto de Roma. Este eritreo de 35 años está considerado uno de los principales traficantes de seres humanos en el Mediterráneo. Su reciente arresto en Jartum, la capital de Sudán, y su extradición a Italia son hechos sin precedentes, fruto de la intensa cooperación entre varios países.
Las investigaciones se iniciaron después del naufragio que costó la vida a 360 pasajeros de un viejo pesquero, frente a la isla de Lampedusa, el 3 de octubre del 2013. Casi todos eran eritreos. Aquella tragedia golpeó la conciencia de Italia y del mundo. Pasaron días hasta recuperar los cadáveres atrapados en el barco, hundido a varios centenares de metros de un enclave paradisiaco, la playa de los Conejos, delante del islote homónimo.
El Papa envió al limosnero pontificio, el arzobispo polaco Konrad Krajewski, a consolar a los buzos que iban extrayendo cuerpos de las bodegas del pesquero, una tarea muy dura. El entonces primer ministro italiano, Enrico Letta, puso en marcha la ambiciosa operación aeronaval Mare Nostrum, que contribuyó a salvar a decenas de miles de desesperados en el mar en los meses sucesivos. Y en la Fiscalía de Palermo iniciaron la investigación Glauco, que implicó un sinfín de escuchas telefónicas para tratar de localizar y comprender el modus operandi de las redes mafiosas que se lucran con las travesías ilegales en precarias embarcaciones y que luego vuelven a hacer un pingüe negocio al trasladar a los inmigrantes, por carretera, a sus destinos deseados en el norte de Europa.
A Mered lo detuvo la policía sudanesa el pasado 24 de mayo en el barrio de El Diem, en Jartum. Lo encontraron gracias a la ayuda decisiva de la National Crime Agency (NCA) británica, equivalente al FBI estadounidense. Trabajó una unidad de delitos contra la inmigración llamada Project Invigor. Los británicos cuentan con buen espionaje electrónico y los contactos imprescindibles en Sudán.
Los investigadores italianos ya habían logrado antes la valiosa colaboración de la policía sueca. La mujer de Mered, Lidya Tesfu, vive en Suecia con el hijo de ambos. Su perfil en Facebook y sus comunicaciones fueron muy útiles para seguir los pasos del traficante.
A Mered, como sucede con tantos delincuentes, le traicionaron su chulería y su verborrea vía teléfono móvil. Las llamadas eran incesantes para acordar el traslado de emigrantes, los transferencias de dinero de las familias, los movimientos una vez desembarcaran en Italia. A diferencia de otro contrabandista de personas todavía huido, el etíope Ghermay Ermias, de Mered se disponía incluso de una foto para poder identificarlo. Aparecía de pie, vistiendo una camiseta y tejanos, zapatos deportivos y una cruz colgando en el pecho. Apoyaba su mano sobre el capó de un coche y parecía estar en un garaje, posiblemente en Trípoli o en la ciudad de Zuara, al oeste de la capital libia, una de las principales bases de las que parten todavía las barcas rumbo a Italia. En un mensaje a un amigo, el traficante presumía de haberse cambiado el peinado, de haber adoptado el pelo liso, con coleta. Lo apodaban el General, por su carácter, su relevancia entre las mafias de la emigración clandestina y su admiración por Muamar Gadafi, a quien quería imitar.
En una de las llamadas grabadas por los italianos, Mered admitía estar cansado de su trabajo. En otra explicaba que había comprado una casa en su país a través de un familiar que figuraba como hombre de paja. También presumía de inversiones en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos. Antes de sospechar que le pisaban los talones, soñaba irse a Suecia con su familia.
Con cada transporte a Europa –en los desvencijados pesqueros podía llegar a meter a 600 personas o más–, Mered ganaba centenares de miles de euros. El traficante se reía de cómo los hacinaba, aunque le disgustaban los naufragios porque perjudicaban el negocio. El eritreo disponía de fondos para comprar emigrantes a otros traficantes que los habían traído hasta Sudán o Libia por el desierto. También solía sobornar a la policía libia para que excarcelara a grupos de emigrantes detenidos. De la cárcel los llevaba directamente a las playas para embarcar hacia Europa.
El arresto y extradición de Mered, que será procesado en Italia, ha sido una victoria esperanzadora para la justicia europea. A veces el mar sí se vacía, cubo a cubo.
Al eritreo Mered se le buscaba desde la muerte de 360 personas frente a la isla de Lampedusa