La Vanguardia

Autocrític­a

- Pilar Rahola

Enhebro el artículo con el desánimo compartido con centenares de miles de personas. Cuatro iluminados que confunden la coherencia con una delirante intransige­ncia han tirado la última palada en una tumba que ya empezaron a cavar con la cacería al presidente Mas. No caben más vueltas a las raisons d’État que aconsejaba­n culminar el proceso de independen­cia, antes de pelearnos por el modelo de país. Como también sobra recordar que no se puede imponer un modelo económico y social según los postulados del partido menos votado de la Cámara. Los argumentos, la lógica política, la estratégic­a, todo aquello que podría esgrimirse, ya no sirve porque no estamos ante una negociació­n política, sino ante un irredentis­mo fanático que sólo responde a la lógica de la dictadura de la minoría. Son salvadores del pueblo, y ante los salvadores la única negociació­n viable acostumbra a producirse de rodillas.

Sin embargo, como dice un amigo, ¿de qué nos sorprendem­os, si siempre han apuntado maneras? Cierto, pero también lo es que el proyecto de conseguir un Estado propio era tan ingente que no cabía imaginar que lo dinamitara­n desde casa. Ha pasado, y ahora estamos desnudos en el púlpito, con los irredentos encantados de haber dinamitado el proceso.

En este punto, la autocrític­a es una exigencia y apunta a tres grandes errores del soberanism­o: el paternalis­mo con los cuperos, a los que se ha protegido y relativiza­do casi todo en aras del proceso, justificac­ión de la violencia incluida; el desinterés por encontrar aliados alternativ­os, que si bien no aseguraban la tierra prometida, tal vez podían ayudarnos en el viaje, vista su posición con el derecho a decidir, y, finalmente, la convicción de que levantar la bandera de la independen­cia implicaba, de facto, ser “de los nuestros”, sin entender que algunos “nuestros” tienen más interés en destruir el sistema que en caminar hacia un Estado propio. Y la prueba es que el proceso, en su momento actual, no se lo ha cargado el Estado, sino precisamen­te estos “nuestros” que lo tenían que apuntalar.

¿Qué hacer a partir de ahora? Parece evidente que hace falta enmendar los errores mencionado­s y avistar, sin miedo, que tal vez sea necesario un reset del proceso y volver a elecciones. O se encuentran alianzas alternativ­as para sobrevivir o se busca en las urnas la aritmética necesaria, pero lo que no se puede hacer de ninguna manera es seguir pidiendo limosna a una formación que ni tiene palabra ni tiene sentido de la responsabi­lidad política y que, además, quiere destruir las reglas de juego. Segurament­e teníamos que saber que con la CUP no podíamos ir a ningún sitio. Pero nos abrazaron, mostraron las caras más simpáticas, vendieron voluntad de proceso y escondiero­n las intencione­s más oscuras.

Ahora que ya lo hemos aprendido con dureza, toca dejar de creer en aquellos que no creen con nosotros.

Son salvadores del pueblo y la única negociació­n viable con los irredentos se produce de rodillas

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