Autocrítica
Enhebro el artículo con el desánimo compartido con centenares de miles de personas. Cuatro iluminados que confunden la coherencia con una delirante intransigencia han tirado la última palada en una tumba que ya empezaron a cavar con la cacería al presidente Mas. No caben más vueltas a las raisons d’État que aconsejaban culminar el proceso de independencia, antes de pelearnos por el modelo de país. Como también sobra recordar que no se puede imponer un modelo económico y social según los postulados del partido menos votado de la Cámara. Los argumentos, la lógica política, la estratégica, todo aquello que podría esgrimirse, ya no sirve porque no estamos ante una negociación política, sino ante un irredentismo fanático que sólo responde a la lógica de la dictadura de la minoría. Son salvadores del pueblo, y ante los salvadores la única negociación viable acostumbra a producirse de rodillas.
Sin embargo, como dice un amigo, ¿de qué nos sorprendemos, si siempre han apuntado maneras? Cierto, pero también lo es que el proyecto de conseguir un Estado propio era tan ingente que no cabía imaginar que lo dinamitaran desde casa. Ha pasado, y ahora estamos desnudos en el púlpito, con los irredentos encantados de haber dinamitado el proceso.
En este punto, la autocrítica es una exigencia y apunta a tres grandes errores del soberanismo: el paternalismo con los cuperos, a los que se ha protegido y relativizado casi todo en aras del proceso, justificación de la violencia incluida; el desinterés por encontrar aliados alternativos, que si bien no aseguraban la tierra prometida, tal vez podían ayudarnos en el viaje, vista su posición con el derecho a decidir, y, finalmente, la convicción de que levantar la bandera de la independencia implicaba, de facto, ser “de los nuestros”, sin entender que algunos “nuestros” tienen más interés en destruir el sistema que en caminar hacia un Estado propio. Y la prueba es que el proceso, en su momento actual, no se lo ha cargado el Estado, sino precisamente estos “nuestros” que lo tenían que apuntalar.
¿Qué hacer a partir de ahora? Parece evidente que hace falta enmendar los errores mencionados y avistar, sin miedo, que tal vez sea necesario un reset del proceso y volver a elecciones. O se encuentran alianzas alternativas para sobrevivir o se busca en las urnas la aritmética necesaria, pero lo que no se puede hacer de ninguna manera es seguir pidiendo limosna a una formación que ni tiene palabra ni tiene sentido de la responsabilidad política y que, además, quiere destruir las reglas de juego. Seguramente teníamos que saber que con la CUP no podíamos ir a ningún sitio. Pero nos abrazaron, mostraron las caras más simpáticas, vendieron voluntad de proceso y escondieron las intenciones más oscuras.
Ahora que ya lo hemos aprendido con dureza, toca dejar de creer en aquellos que no creen con nosotros.
Son salvadores del pueblo y la única negociación viable con los irredentos se produce de rodillas