La Vanguardia

¿Decías...?

- EL RUNRÚN Imma Monsó

Es como si miras a través de un telescopio. Cuando uno es joven todo parece acercarse, todo se ve grande y cercano: es el futuro. Pero cuando uno es viejo, es como si dieras la vuelta al telescopio y de pronto todo estuviera muy lejos”. Lo dice Fred (Michael Caine) en La juventud, la última película de Paolo Sorrentino, ante un telescopio panorámico frente a las montañas que rodean el hotel Schatzalp de Davos. En él, Fred y su amigo, ambos rondando los ochenta, hablan de cómo les flaquea la memoria, de cómo ni siquiera logran recordar a sus padres... Esta visión del pasado va en contra de la leyenda que asegura que “cuando eres viejo te acuerdas vívidament­e de tu infancia, pero no recuerdas dónde dejaste las llaves”. Será que el mito nace de una evidencia clínica: con la edad, se pierde memoria reciente... Pero sospecho que no por ello ganamos memoria remota, sólo que esta destaca más por comparació­n.

Pese a los achaques de la vejez, la pérdida de memoria nunca me ha parecido un problema limitado a la edad provecta, sino más bien un signo de los tiempos que vivimos. Cuando empecé a dar clases, la mala memoria de mis jóvenes alumnos me asombraba. No solían recordar el título del libro que leían, les costaba recordar el nombre de sus abuelos... Daba clases de lengua extranjera y tenía ocasión de comprobar su memoria para los datos, y en particular me chocaba su desinterés por saber dónde habían pasado las vacaciones. “¿Dónde has estado, Pepe?”. “Yo qué sé, por ahí...”. ¿Cómo que no sabes?”. (Risas.) “Sí lo sé, quiero decir que no me acuerdo del nombre”. Incontable­s veces, empeñada en localizar el punto exacto, les preguntaba: “¿Pero era mar o montaña?”. “Bueno, era mar...”. Menos de la mitad podía decir el nombre ya no del pueblo, sino de la región o comarca. Yo nunca olvidaba, cuando era niña, mis lugares de vacaciones... (aunque puede que mi memoria me engañe).

En cualquier caso, cuando empecé a dar clases, allá por el 85 del pasado siglo, los chavales no se tomaban la molestia de memorizar porque había hecho mella en la enseñanza el descrédito del aprendizaj­e memorístic­o. Treinta años más tarde, los chavales no se toman la molestia de memorizar porque sus prótesis (smartphone y análogos) lo hacen por ellos. Por hache o por be, la memoria no se ha recobrado de su caída en desgracia. Por eso me alegra percibir, recienteme­nte, una cierta preocupaci­ón por parte de jóvenes que inventan trucos para ejercitar la memoria, organizan campeonato­s de memoria cada vez más concurrido­s y proponen cursos destinados a reforzar la memoria. Ayer me apunté a uno de ellos. Me llamó la atención el gancho: “Brilla en sociedad sin tu smartphone”, decía. Y, como no tengo smartphone, allá que fui de cabeza. Ya les contaré si funciona o si es peor el remedio que la enfermedad.

Me sorprendía que no recordaran dónde habían pasado las vacaciones: “¿Dónde has estado, Pepe?”

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