Puyal: estructura de Estado
Ver a Joaquim Maria Puyal en TV3 nos permitió viajar en el tiempo y compartir dos horas necesarias. El retorno de Puyal como director y presentador de la gala conmemorativa de los 40 años de retransmisiones de “futbol en català” estuvo marcado por la excepcionalidad de la obra homenajeada y el contexto de programación del acontecimiento. Que un profesional organice su propia gala es una anomalía, y sólo se entiende si se acepta la monumentalidad del trabajo realizado y la voluntad de reconocer la aportación de los colaboradores invitados. El perfeccionismo de Puyal, ponderado por sus colegas, le obliga, por coherencia, a no dejar en manos de otro una auditoría sentimental que le pertenece. Resultado: para no tener que asumir errores ajenos, él tenía que ser objeto y sujeto. La obsesión por el control de los detalles debió intervenir hasta hacer innegociable cualquier otra alternativa y, no nos engañemos: a según qué edad no puedes arriesgarte a que a nadie se le ocurra aprovechar la rotundidad de los números redondos para montar un encuentro retrospectivo y justo que, por el tono, me recordó los que la Academia de las Ciencias y las Artes de Hollywood organiza en honor a sus artistas. Pero como la perfección no existe (ya lo decía mi padre: “Perfectos, lo que se dice perfectos, quedamos pocos”) y resulta difícil definir los límites entre perseverancia y obstinación, el homenaje a la TdP nació con una disonante contradicción estructural: hacer una gala televisiva para conmemorar un formato radiofónico y, además, emitirla en directo por la radio. Además, la retransmisión coincidió con un final de temporada de fútbol y la integridad del relato quedó fragmentada por varias conexiones con los escenarios de la noticia. La gala televisiva, en cambio, tuvo mayor continuidad y no sufrió ningún abismo narrativo entre el propósito y el medio escogido. Sobrio, preciso, carismático, con la capacidad comunicativa intacta, Puyal apareció protocolaria y deliberadamente trajeado (como el día del pregón de las fiestas de Mercè) y, como maestro de una ceremonia que reinterpretaba los límites del culto a la personalidad, repasó cuarenta años de carrera sin perder de vista una intención