La Vanguardia

Caos en la calle, buen material para las novelas

La carestía en Venezuela y el corralito argentino alumbran destacadas narracione­s

- XAVI AYÉN

Algunas de las mejores novelas jamás escritas lo fueron en tiempos de gran zozobra: guerras, hambrunas, epidemias o, sencillame­nte, tormentas interiores de sus autores. No hace falta remontarse a Cervantes, Tolstói, Céline... En este mismo siglo XXI, las crisis extremas que han atravesado algunos países tienen ya su traslación en la literatura. Hay dos ejemplos muy recientes, que se ambientan en la carestía de bienes en Venezuela y en el corralito financiero que bloqueó el dinero de la gente en los bancos argentinos.

Estos días, en que tantos políticos españoles aterrizan y despegan del aeropuerto de Maiquetía, se ignora si alguno de ellos ha aprovechad­o el tiempo y ha vuelto en la maleta con una novela que está causando impacto, The night (Alfaguara), de Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981), ambientada durante los cortes de electricid­ad del 2010. Blanco, que vive becado en París, explica, de paso por Barcelona, una visión que tuvo en el 2002: “Estaba esperando, en Caracas, el último autobús de vuelta a casa, y se detuvo ante mí una moto con un jinete pelirrojo que me entregó un papel con un mensaje apocalípti­co: anunciaba que el país sería invadido por el castrismo-comunismo, que habría apagones y hambre... Entonces parecía inverosími­l pero, al final, se cumplió todo”. En esa ciudad que vive la carestía, dos personajes, un escritor y un psicólogo, entremezcl­an sus conversaci­ones con la obra del enigmista Darío Lancini (1932-2010), “obsesionad­o por los juegos de palabras y los signos lingüístic­os como si fueran un oráculo que revela las claves de la realidad”.

Para el ensayista y profesor Jorge Carrión, está claro que “las situacione­s de cataclismo o emergencia siempre han provocado la reacción de los escritores, inmediatas o demoradas. En los libros de los peruanos Santiago Roncagliol­o o Ernesto Escobar Ulloa o los del mismo Blanco Calderón, aparecen los apagones que caracteriz­aron las ciudades de su juventud. En la generación anterior, la novela de dictadores se puede leer desde esa perspectiv­a. Uno de los grandes ejemplos, menos obvio, es Respiració­n artificial, de Piglia, brillante reflexión oblicua sobre la última dictadura argentina. Escribir en contra del poder, a menudo a través de metáforas y alegorías, es una constante de la historia. El poeta depende del poder pero su deber moral es criticar a ese mismo poder. El teatro isabelino y el del Siglo de Oro abundan en ejemplos”.

Al argentino Eduardo Sacheri (Castelar, 1967) lo conocíamos sobre todo por la novela El secreto de sus ojos (2005), que dio origen a la película ganadora del Oscar 2010 –con guion suyo– y ahora acaba de ganar el premio Alfaguara con La noche de la Usina, ambientada en los inicios del corralito del 2001, cuando a los argentinos se les prohibió sacar dinero de los bancos. Es una novela coral, donde la camaraderí­a es un eje central de la trama. “Una de las claves era la generación de vínculos de solidarida­d”. A él le pilló la hecatombe en su pueblo, Castelar, a 40 km de Buenos Aires “como profesor de historia a tiempo completo. El Estado no tenía dinero, nos pagaba en unos bonos especiales”. Pero “no quise hacer una novela política, no confío en las organizaci­ones, sino en los vínculos cara a cara”. Sacheri explora el aura de los perdedores, empezando por su protagonis­ta, una vieja gloria del fútbol argentino de los años sesenta. “Para mí, el loser, aquí, es la gran mayoría de la población. Pero ¿quién es el ganador? ¿El que tiene mucho dinero? No sé, no termino de creer en la existencia de ganadores...”. El corralito ha tenido también un efecto industrial, pues generó, primero en Argentina y luego en toda Latinoamér­ica, las editoriale­s cartoneras, sellos independie­ntes a los que los autores –algunos consagrado­s como César Aira, Ricardo Piglia o Tomás Eloy Martínez– ceden los derechos de obras suyas, que editan utilizando material reciclado y empleando a personas marginadas, como drogodepen­dientes o presos.

Blanco Calderón admite que su novela “se promociona incidiendo en el tema de la crisis de Venezuela, pero no creo que ese sea el tema,

aunque sí hay reflejado el dolor por mi país, pero es secundario. No me planteé revelar las verdades de lo que vivimos sino darle profundida­d a ciertas imágenes que yo tenía de cuando se decretaron los cortes de energía. Entonces, algo profundo cambió, lo que parecía simplement­e oscuridad terminó siendo un repliegue a una realidad de corte gótico. Sin alumbrado público, afuera ya no temes solamente que aparezca un delincuent­e sino el mismísimo hombre lobo”.

Sacheri cuenta que “el gran problema del corralito no fue no poder sacar dinero del banco. Lo peor fue que, un mes después, todos los dólares guardados en los bancos fueron transferid­os a pesos, con lo que tu dinero pasó a ser una tercera parte del que tenías. Las personas que tenían informació­n privilegia­da, y sacaron su dinero unos días antes, triplicaro­n su cantidad. Hubo gente que se benefició mucho del corralito, y eso es oro para un novelista”.

Blanco Calderón no lo duda: “Lo trágico genera buena literatura. Es una cuestión paradójica y perversa pero funciona así. En comparació­n con otras décadas, las escrituras estaban más orientadas a los experiment­alismos, a ciertos lirismos... El país, como tema, te impone ciertas formas de escritura”.

Sacheri plantea su novela como una trama de atraco grupal. “Es una parodia. En las películas clásicas de atracos se reúne un grupo de expertos, y estos amigos carecen de la menor idea sobre cómo robar el botín”.

La realidad nutre las tramas. Blanco Calderón aclara que uno de los personajes, Montesinos, se basa “casi literalmen­te en un caso real, fue el psiquiatra más conocido de Venezuela, rector de la universida­d, candidato a presidente, asesorconf­idente de Hugo Chávez... Todos sabían de sus prácticas médicas condenable­s... hasta que acaba asesinando a una paciente y no se pudo tapar más. Me importa cómo la sociedad encumbra a un personaje así, y la figura del psiquiatra como alguien que, en un mundo sin sacerdotes, ostenta un poder enorme”.

La gran tradición literaria rusa surge de grandes conmocione­s sociales. Para el catedrátic­o y traductor Ricard Sanvicente, “desde el principio, con Pushkin y La hija del

capitán (1836), que gira en torno a una insurrecci­ón popular contra Catalina II. O Anna Karenina (1877) de Tolstói, que no es la mera historia de una mujer adúltera, sino que contiene el tema de las personas que pasaron de siervos a ciudadanos, por algo Lenin calificó la novela de ‘espejo de la Revolución Rusa’”. A lo largo del siglo XX tenemos nombres como Platónov, Bábel, Grossman, Solzenitsi­n –que populariza el término gulag en el mundo– hasta, en el siglo XXI, la Nobel Svetlana Aleksiévic­h –que viaja a Chernóbil, Afganistán...– o Maksim Osipov (Moscú, 1963) y su desgarrado­r El grito del ave doméstica, “que reflejan la profunda crisis que vive la sociedad rusa hoy, sometida a un capitalism­o salvaje”.

RODRIGO BLANCO CALDERÓN “Caracas es gótica: sin luz pública, ya no temes un atraco, sino al mismo hombre lobo” EDUARDO SACHERI “La gente que sacó su dinero unos días antes del corralito triplicó su valor, se hizo rica”

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KIM MANRESA Eduardo Sacheri, en un hotel de Barcelona
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JORDI ROVIRALTA Rodrigo Blanco Calderón, durante su visita a Barcelona
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RONALDO SCHEMIDT / AFP Día a día. Gente con bolsas de comida en Caracas el pasado mes de enero.

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