Trump insinúa que Obama es cómplice de la masacre
La rabia se apodera de Orlando al desvelarse los interrogatorios del FBI al terrorista
Persiguiendo el sueño americano, dejaron su hogar en Guatemala en 1984. Se instalaron en Nueva York. César Flores y su esposa se trasladaron luego a Orlando, donde en 1990 nació “su niña”, Mercedes Marisol Flores, la pequeña de la casa, la menor de sus tres hijos. Los otros dos son varones. “Mi niña”, murmura.
–Si pudiera, ¿qué le diría al padre del criminal?
–La verdad, le diría que perdono a ese muchacho por lo que hizo. Lo perdono porque no puedo llevar este odio toda mi vida, mi vida es más importante que el odio... Me duele tanto, porque es mi hija, sus 26 años, no es fácil.
Entre un avispero de micrófonos, cámaras, teléfonos tan inteligentes como maleducados, grabadoras, empujones, César Flores, de expresión sumamente triste, mantiene la dignidad con un coraje que sobrecoge.
La presión mediática está a la altura de las circunstancias, la de la mayor matanza jamás registrada en la historia de Estados Unidos. Y no se olvide que este es el país de la matanzas indiscriminadas, da igual que sea una iglesia, una escuela, un cine o un bar.
A los Flores les ha llamado este lunes por la mañana el propio gonos bernador, Rick Scott. Les confirmó lo peor, lo que ya intuían desde que el domingo, a las pocas horas de que Omar Mir Sedique Mateen, de 29 años, entrara esa madrugada en el Pulse Nightclub armado con su AR-15 y una pistola, y dejara 50 muertos, incluido él.
No habían vuelto a saber nada de Marisol, que es como la llama. “¿Mi mujer? Está en el coche, sin fuerzas”, afirma Flores. “Aún no sabemos qué le pasó a nuestra hija, aún no hemos entrado para que expliquen”, añade. Habla como pidiendo disculpas a los reporteros para que le permitan irse y acceder al centro social en el que las autoridades informan a los familiares de los difuntos.
“Cada uno tiene su parte, cada uno ha de hacer su trabajo y afrontar su responsabilidad”, replica Luis Vázquez, otro de los citados por el fallecimiento de su sobrino Anthony Luis Laureano Disla (25 años), al requerirle por el trabajo previo del FBI. Por dos veces, los
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investigadores tuvieron bajo el radar a Mateen, nacido en Nueva York de padres afganos.
“No creo que debieran hacer nada diferente”, señaló James Comey, director de la agencia federal, sobre las dos pesquisas que cerraron sin alarma alguna y una vez vista la crítica suscitada.
El primer asunto, abierto en el 2013, se prolongó diez meses. Los colegas de la empresa de seguridad que empleaba a Mateen denunciaron sus comentarios en apoyo al terrorismo. Introdujeron un confidente, realizaron seguimientos y pincharon teléfonos. Le interrogaron dos veces y le creyeron cuando confesó que lo suyo no era más que expresión de rabia por el vacío que le hacían debido a su condición de musulmán. Pensa-
ron que era un tipo confuso, igual apoyaba a Al Qaeda que a su rival, Hizbulah.
Mateen, que viajó a Arabia Saudí en el 2011 y el 2012, apareció de nuevo en el radar del FBI en el 2014 por su posible vinculación a un yihadista suicida en Siria, pero los agentes consideraron que sólo habían coincidido en la misma mezquita, sin un contacto real.
“Existen fuertes indicaciones de su radicalización a través de internet”, reconoció Comey. Su inspiración la habría encontrado en organizaciones terroristas internacionales. En principio, y a pesar de la supuesta reivindicación del Estado Islámico (EI), descartó un complot de largo recorrido. Sí confirmó que Mateen, durante su acción, llamó tres veces al 911, el número de emergencias. Mostró su fidelidad al EI y su admiración por los autores del atentado del maratón de Boston y por el matrimonio del ataque en San Bernardino (California).
El propio presidente Obama subrayó que “no existen pruebas de que él (Mateen) estuviera dirigido por el EI”.
En el club Pulse se celebraba una fiesta latina. No ha de sorprender así la cantidad de nombres hispanos en la lista. Orlando, además, es una ciudad con una gran presencia de puertorriqueños y otras comunidades de la otra América.
Este lunes hay una procesión de dolientes que acceden al edificio donde han sido convocados para recibir la peor noticia. El centro, en medio de un cuidado jardín, se halla a poco más de diez minutos caminando del nightclub. A este establecimiento de la avenida South Orange no se puede acceder. La policía ha cortado las dos calles previas. “Escena del crimen”. El lugar en el que se ha instalado esa barricada se ha transformado en punto de encuentro y escenario de rezos. Allí ha surgido un lugar de homenaje.
De regreso al centro social, el calor tropical contrasta con el frío que congela los sentimientos y las miradas. Muchos de los que acuden ya saben que sus hijos, hermanos o primos se hallan en la lista. Otros no. Todavía no les han notificado nada. Esmeralda Leal y su hija Julissa (18 años) han viajado desde Lafayette (Luisiana) porque no saben nada de su hijo y hermano, Frank Hernández (27 años).
“Sé que algo malo le ha sucedido porque no responde a las llamadas”, indica Esmeralda. “Sólo confío en que sea uno de los que están inconsciente”, apostilla. De los 53 heridos, cinco presentaban un cuadro muy grave.
Frank se había mudado a Orlando hacía un tiempo. Trabajaba en una firma de moda. Saben que estaba en el Pulse porque su novio, que sobrevivió, se lo ha dicho. Las balas y el caos consiguiente les separó esa madrugada.
Un goteo. Unos se paran, otros prefieren callar o sueltan un improperio. Hablando del pistolero: “Que se pudra en el infierno”.
“Esto es una tragedia –sostiene el ya citado Luis Vázquez– que, en cierto sentido, certifica la falta de responsabilidad de esos que venden armas y no se preocupan de a quién se las venden”.
Su esposa, Ana Disla, la tía de Anthony Luis, le recuerda jovial, un magnífico bailarín, del que intuyó la tragedia familiar cuando no acudió a su cita con ella. Ana es masajista y, cada domingo, en su día libre, se ocupaba de su sobrino. “Estuvo en el peor lugar, el peor día, en el peor momento”.
De camino a la entrada, reflexiona. “Vino por una vida mejor y ahora no tiene nada”, remarca. César Flores también reflexiona en este sentido, tras perder a su hija. “Este es el pago que recibimos en general, es el pago que tenemos del sueño americano”.
Frank Hernández no estaba en coma. Al rato, su nombre entra en la lista de los difuntos.
HABLAN LAS VÍCTIMAS “Esta tragedia certifica la falta de responsabilidad de los que venden armas”
UN PRECIO ALTÍSIMO “Este es el pago que tenemos del sueño americano”, afirma el padre de una fallecida