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El debate en televisión de los cuatro candidatos a la presidencia, y el valioso trabajo de los voluntarios y las organizaciones sin ánimo de lucro.
EL debate de anoche de los cuatro principales candidatos a la presidencia del Gobierno fue tan previsible como aburrido. El esfuerzo que pusieron los protagonistas en evitar riesgos fue evidente. Salvo en ocasiones contadas, se produjo el tres contra uno que era de esperar y, también como estaba cantado, ninguno aclaró qué puede ocurrir después del 26 de junio teniendo en cuenta que es seguro que no obtendrán la mayoría absoluta.
Fue la única oportunidad de ver a Mariano Rajoy afrontando directamente las críticas de sus rivales. En la anterior campaña electoral, la del 20 de diciembre, impuso un solo cara a cara con Pedro Sánchez. En aquel momento, el candidato del PP consideró que sólo le convenía dar al líder del PSOE categoría de competencia. En esta ocasión, ha ampliado el espectro a cuatro porque el PP está convencido de que en esta campaña le conviene polarizar al electorado entre su opción como partido de orden y la “amenaza” de Podemos.
Tratándose de una repetición de elecciones, las intervenciones de los cuatro resultaron reiterativas hasta el aburrimiento respecto a la campaña anterior. Mariano Rajoy (PP) defendió el valor de la experiencia frente a las opciones emergentes. “Al Gobierno se llega aprendido”, dijo. Pedro Sánchez (PSOE) trató de centrar sus ataques en el PP, con la única excepción de reiterar una y otra vez su censura a Podemos por haber impedido que hubiera un gobierno de izquierdas. Albert Rivera (Ciudadanos) intentó mantener su equidistancia crítica entre derecha e izquierda, y Pablo Iglesias (Podemos) mostró su cara más amable y moderada, con algunos momentos de mano tendida al PSOE.
El debate se dedicó casi íntegramente a la crisis (economía y atención social) y a la corrupción, que fue el asunto que provocó los momentos de mayor tensión, incluso más allá del tradicional reproche de los partidos emergentes al PP y el PSOE, si bien ninguno se comprometió a asumir que los presuntos implicados dimitan antes de que el juez los envíe al banquillo.
Ya es bastante triste que los debates estén sujetos a las normas de los políticos, pero es que además siguen siendo demasiado estereotipados. Por desgracia, el escaso número de este tipo de experiencias en España provoca que, además, no haya diferentes formatos y, en consecuencia, que sólo reflejen una realidad política y no, por ejemplo, la que emana de la periferia, ya que otras opciones territoriales –que incluso han sido o pueden ser decisivas en la gobernabilidad– no tienen acceso. Seguramente por eso, el debate no resultó productivo cuando se abordó, tangencialmente, el conflicto catalán. El asunto se convirtió en un arma arrojadiza más. Lo más reseñable fue la afirmación de Iglesias de que el referéndum no será una “línea roja” para pactar un gobierno en España.
Pese a estas debilidades, los debates constituyen una de las mejores formas de dar a conocer opiniones, propuestas y el talante de los candidatos. La televisión es decisiva en una campaña con un elevado porcentaje de votos indecisos. Algunos de los candidatos emergentes construyeron su popularidad gracias a los platós de televisión. Y es una ironía que muchos políticos estén dispuestos a acudir a programas del corazón o similares, a cocinar o incluso a bailar ante una cámara, y les cueste, en cambio, discutir ideas políticas. El debate de anoche podrá ser mejorable, pero lo cierto es que también es imprescindible y no debería ser el único.