Políticamente correcto y previsible
España es ese país en el que el único debate electoral, anunciado a las diez, empieza seis minutos tarde tras una sobredosis grandilocuente de cuentas atrás. Partiendo de esta premisa es fácil imaginar que la expectación intimide, paralice, excite o amuerme. Los candidatos ganan seguridad a medida que los turnos de palabra se encadenan. Albert Rivera impone un recuerdo por las víctimas de Orlando y obliga a Pablo Iglesias a sumarse al pésame y a agradecer que el debate se retransmita en lengua de signos. La pesca del voto es tan desesperada que despierta una mezcla de compasión y vergüenza ajena. A Pedro Sánchez se le ocurre empezar su intervención reclamando el voto de los, caray, socialistas. Mariano Rajoy huye del exceso de naturalidad coloquial y adopta una pose de estadista, concentrándose en pronunciar combinaciones sintácticas como “calamitosa situación”. De los tres moderadores, Vallés acaba siendo el más incisivo, Piqueras el más disperso y Blanco la más práctica. Inevitablemente rígidos en su lenguaje no verbal, los candidatos mantienen el turno de palabra como los tenistas que no pierden su servicio. Se debate poco, con cierta monotonía, y la trascendencia del encuentro (y de la situación política) no introduce elementos de discrepancia que no suenen a fórmulas expresadas con una convicción robótica o sonsonete de tertuliano. Rajoy atrae todos los datos negativos y para devolver las pelotas se sitúa en una posición que subraya su patriotismo y que rebate los argumentos de los demás con datos imposibles de comprobar.
¿La sustancia del debate? No parece que vaya a haber pactos fiables y, a medida que transcurren los minutos, todo invita a pensar en aquella frase de G. K. Chesterton: “Los políticos se dividen en progresistas y conservadores. La misión de los progresistas es seguir cometiendo errores. La misión de los conservadores es evitar que estos errores se corrijan”.
No hay cal viva a la vista, ni acusaciones de indecencia. Y la autogestión del tiempo es proporcional a la puntualidad: mejorable. Da la impresión de que los candidatos están más pendientes del resultado final que de cada jugada y que, en vez de implicarse con vehemencia, están deseando que el debate termine. Aparecen los autónomos, la clase media, el fraude fiscal, las pensiones y Bárcenas. Rivera logra, en una misma frase, colocar una colleja a Rajoy y tres a Iglesias. Iglesias puentea a Rivera para intentar establecer un cuerpo en cuerpo con Rajoy, en busca de un nuevo bipartidismo. El catenaccio de Rajoy no le erosiona, quizás porque sus adversarios no juegan lo bastante al ataque. Finalmente, Rajoy muerde el anzuelo y riñe a los aspirantes por no estudiar los temas de discusión, y eso permite que Iglesias refuerce la sensación de estar jugando mejor sus cartas en comparación con la creciente invisibilidad de Sánchez y la intermitencia de Rivera. ¿Quien ha ganado? Ni idea. Pero yo diría que nosotros, seguro que no.
Da la impresión de que los candidatos están más pendientes del resultado final que de cada jugada