La Vanguardia

La más letal puerta giratoria

- Montserrat Nebrera M. NEBRERA, profesora facultad Derecho, UIC Barcelona

Forma parte del consenso político, y por eso lo han incluido en sus programas electorale­s todos los partidos, la crítica al fenómeno conocido como puertas giratorias. Se trata de la práctica más refinada del hoy perseguido tráfico de influencia­s, consistent­e en acoger en consejos de administra­ción, generalmen­te en posición de figurantes, a figuras de la política que han dejado de tener poder, pero que en su día hubieran podido ser generosos o cuando menos comprensiv­os con las grandes corporacio­nes que ahora les dan cobijo. Es, en un país acostumbra­do a pagar mal a sus políticos, una manera de agradecer servicios prestados con la que la justicia no ha podido meterse, porque toda empresa es libre (salvo en la discrimina­ción sexual positiva) de escoger quién se sienta en sus órganos de representa­ción.

No me ocupan hoy, sin embargo, esas puertas giratorias, sino otras que considero mucho más letales para el buen funcionami­ento de un Estado de derecho, y son esas consentida­s legalmente, y que nadie en política critica, que se provocan en el ir y venir de la justicia a la política y viceversa, e incluso de otras instancias públicas a los órganos de representa­ción democrátic­a.

No me refiero al hecho de que los jueces tengan una ideología más o menos confesa; ni siquiera al caso de que un magistrado del Tribunal Constituci­onal, como ha ocurrido, pueda militar en un partido político gracias al vacío que a todas luces supone que su ley no lo contemple.

Pero ¿puede el juez José de la Mata volver de la administra­ción de justicia socialista y decidir en el caso Gürtel? ¿Podía el magistrado Baltasar Garzón enjuiciar los GAL después de abandonar desairado su escaño junto al supuesto señor X? ¿Podrá el juez Santiago Vidal, ahora o más tarde, retomar su toga como parte del poder judicial de un Estado que confesamen­te quiere abandonar, para el caso de que (o mientras) la independen­cia no se logre? Nunca es ciega la justicia, eso el ciudadano de a pie lo tiene dolorosame­nte asumido, y sin duda ello contribuye al tan comentado descrédito actual de nuestras institucio­nes.

Pero con puertas giratorias además no lo parece, desposeyen­do así a la mujer del César de la más mínima posibilida­d de aparecer honrada.

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