Disparos y enigmas
Eran las dos de la mañana. Masacre en una discoteca de Orlando (Florida). Las primeras noticias difundidas a la velocidad de la luz impactan sobre todos los dispositivos móviles. Tienen el laconismo digital de los 140 caracteres. Se resumen en titulares con cifras de muertos y heridos. Enseguida señalan el lugar que corresponde a la sangría en el ranking de víctimas acaecidas en Estados Unidos: el segundo después del 11-S.
Aparece también un fleco que abre el camino para externalizar las responsabilidades con dos sendas. La primera, que el autor estaba fichado por el FBI. La segunda, que su familia es de origen afgano. El complemento es un supuesto juramento de fidelidad al Estado Islámico atribuido a quien empuñaba las armas y un rastro de asunción de la autoría por parte del maligno.
Primero, demos los gritos de rigor para que ningún lector confunda estas líneas indagatorias con ninguna clase de afinidad o justificación. Pero apliquemos a lo sucedido el mismo baremo de exigencia que habríamos desplegado si la sangre se hubiera derramado sobre suelo español. Veamos algunas cuestiones elementales. Por ejemplo, por qué se subraya que el FBI sospechaba del radicalismo islámico de Omar Siddique Mateen; por qué si era sospechoso pudo adquirir con toda facilidad las armas homicidas apenas unos días antes como si estuviera haciendo la compra en un supermercado; para qué sirve tanta información de tantos servicios y tantas agencias si carece por completo de operatividad.
Viniendo al plano de lo sucedido, sorprende que nadie inquiera cómo un único tirador sin el empleo de armas de superficie –bombas de mano, explosivos, etcétera– pudo causar a base de disparos consecutivos cincuenta muertos y otros tantos heridos. Cuántos cargadores hubo de utilizar para ello, cómo pudo proceder a sustituirlos según se le iban agotando sin ofrecer un momento de vulnerabilidad, de qué manera accedió la policía al local, si está descartado que al hacerlo causara víctimas o si el cálculo fue evitar males mayores.
Pero, sobre todo, dónde está el Pedro Zola americano exigiendo dimisiones. Vale.