Cortando y cosiendo
María Estuardo (1800) es un drama de Friedrich von Schiller que recrea los últimos días del personaje que da nombre a la obra, Maria, reina de Escocia, a quien su prima Isabel de Inglaterra, que la tenía encarcelada, ha hecho condenar a muerte por un tribunal. Durante estas últimas semanas, se ha representado en el Teatre Lliure de Gràcia en una versión de Sergi Belbel, que también la ha dirigido. Siempre resulta interesante ver cómo se retoman los clásicos. Comprobar cómo, de acuerdo con el papel que se les suele atribuir, se les interpreta para que digan cosas sobre el presente que quienes los recuperan creen que vale la pena de escuchar. Sergi Belbel, que ha presentado una versión de un par de horas de una obra que duraba cinco, ha hecho un vestido nuevo cortando y cosiendo la ropa del viejo vestido de Schiller y ha usado este ejercicio de sastrería y la dramaturgia como un rotulador fosforescente para subrayar cuál es, a su entender, la vigencia que no debería pasar desapercibida a los espectadores. El resultado parece una prenda de ropa confeccionada a la que se supone que es la medida del público, pero a la que se le separan las costuras porque se han hecho mal los patrones.
Santi Fondevila tituló “Maria Estuard, una batalla massa desigual” su crítica a la puesta en escena de la obra donde apuntaba que tanto la versión como la dirección de Belbel beneficiaban demasiado a María Estuardo. Es cierto. Schiller llevó al escenario una serie de temas tradicionales del pensamiento político como la relación entre la fuerza y la justicia, los secretos y la razón de Estado, el disimulo tanto en el ejercicio del poder como en la conspiración, la instrumentalización de la opinión pública o el uso del poder blando (en este caso, el de la seducción erótica) como arma política. En su propuesta, a las dos reinas les separaba el temperamento, el atractivo y la suerte. Y era en función de su carácter, de su físico y del lugar donde las había situado la rueda de la fortuna (a Isabel al trono y en María en la prisión) que jugaban sus cartas. La dramaturgia de Belbel introduce, en ocasiones a contrapié del texto que dicen los actores, un nuevo hecho diferencial entre ellas. Belbel convierte a Isabel en un personaje absolutamente despreciable y opta por redimir a María de todos sus crímenes. Como si también él se hubiera dejado seducir por la reina escocesa y quisiera convencer al público de que la imagen de mártir que la reina caída quiere imponer es la buena en detrimento de las imágenes que nos ofrecen otros personajes, entre las cuales no falta la de una política tan maquiavélica como la propia Isabel.
La conversión de las tragedias en historias de buenos y malos parece un signo de nuestro tiempo. Belbel ha hecho con María Estuardo lo que muchos han hecho con la Antígona de Sófocles: despreciar las razones de Creonte como si sólo las de Antígona merecieran ser escuchadas. Y su dramaturgia parece hecha a medida para que un hipotético público con una visión infantil de la política interprete que la pobre María es la personificación alegórica de Catalunya.
Convertir las tragedias en historias de buenos y malos parece un signo de nuestro tiempo