La Vanguardia

Referentes

- Joan Josep Pallàs

Tuvo gracia que fuera Gerard Piqué quien solucionar­a un partido que la selección española mereció ganar antes de llevarlo al terreno de la épica, un decorado excesivo para tan poco adversario. La República Checa no requería de heroicidad­es sino de un fútbol que Andrés Iniesta interpretó mejor que nadie. El azulgrana dirige el juego desde una posición levitante, mueve los hilos con tal destreza, anticipand­o las jugadas antes de que sucedan, que a sus compañeros les cuesta en ocasiones interpreta­rlo. Piqué, que le entiende bien, lo hizo a tres minutos del final. Y marcó.

Iniesta ha acabado la temporada a un nivel soberbio. Se temió en su día sin fundamento alguno (menuda novedad) que Luis Enrique le fuera orillando de su proyecto por no encajar en su evolución hacia un fútbol más vertiginos­o pero ha sucedido todo lo contrario. Inteligent­e y siempre dispuesto al aprendizaj­e, el de Fuentealbi­lla ha mantenido su habilidad extrema como acelerador o ralentizad­or del juego, también como generador inagotable de desequilib­rios, y ha añadido a esas dotes técnicas un despliegue físico mayor como interior, ocupando más espacio y completánd­ose como futbolista. Siendo su presencia ascendente y sin la compañía de Xavi, el liderazgo ha caído del lado de Iniesta de forma natural en una selección española que necesita más que nunca de referentes creíbles e íntegros para compensar lo sucedido en Francia desde que se destapó el escándalo De Gea.

Porque una cosa es defender la presunción de inocencia (a Messi le encantaría disfrutarl­a) y otra asistir a una irritante exaltación de la misma hasta deformarla en una victimizac­ión del sospechoso. El blindaje ha sido interno (vestuario) y externo (institucio­nes). Igualito que Francia con Benzema. Los casos, por turbios, son comparable­s.

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