La Vanguardia

Los años pasan, Italia sigue

La ‘azzurra’ resuelve su debut con una victoria estratégic­a sobre una Bélgica confusa

- SERGIO HEREDIA Barcelona

Contaba ayer Ariedo Braida, vestido de forma impecable, mesa y mantel en una trattoria de Sant Gervasi, que a esta Italia le falta un hervor, acaso un cerebro como los de antes. “¡Un Roberto Baggio, mamma

mia, qué jugador era aquel!”, voceaba Braida, que fue director deportivo del Milan durante 27 años y que ahora controla el área de fútbol internacio­nal del Barça. Y razón lleva: en Francia no están Del Piero, ni Totti, ni Pirlo... Y es evidente que el sustituto de todos aquellos, De Rossi, el hombre diez del presente, no se encuentra a la misma altura.

Pero Italia sigue siendo Italia. Nadie debería olvidar ese detalle.

Porque Bélgica lo hizo: se olvidó. Y en un momentín, cuando se dejó abierta la puerta de atrás, por allí se le coló Giaccherin­i.

Es curioso, pero es así. Casi siempre lo ha sido: aparece una azzurra en un gran acontecimi­ento, llega entre dudas, no convence a nadie. Echa el balón a rodar, y va tirando, para asombro de los aficionado­s.

¿Cómo se puede avanzar tanto dando tan poco?

Vistos uno por uno, los belgas parecían mejores. Sobre todo, de medio campo hacia arriba. Fellaini, Hazard y Lukaku han hecho cosas interesant­es en este año. De Bruyne merece un capítulo aparte. El genio flamenco sigue ofreciendo una sensación de provisiona­lidad, ese anhelo de un salto cualitativ­o que nunca llega. Pero claro, hay que seguir soñando con él, creyendo que algún día ofrecerá algo más. Y en ese anhelo viven los belgas.

Donde no tienen solución es en su línea trasera...

No ha habido noticias de Vermaelen en todo el curso, y Alderweive­ld cantó en el gol de Giaccherin­i. Y con esas limitacion­es, Italia te puede hacer un roto.

El roto llegó. Lo hizo Bonucci en el minuto 32. Recibió en el centro del campo y tuvo tres segundos para pensar ante la pasividad de la delantera belga, que se quedó en las musarañas. El resultado fue un magistral pase de treinta metros. Alderweive­ld no vio llegar a Giaccherin­i, que se desplazaba entre líneas, y por ahí se le fue el partido a los belgas: Giaccherin­i recibió en la frontal y superó a Courtois, que poco pudo hacer.

Con el marcador a favor, los italianos jugaron su papel. Si cabe, aún más. Se tiraron hacia atrás y dejaron que los belgas se liasen en la telaraña. Así llegó el segundo tanto, ya en el descuento.

Víctor Muñoz, que llegó a entrenar a diez equipos, suele repetir que el fútbol italiano es el más complejo del mundo: trabajó en España, Grecia y Suiza, pero le hubiera gustado dirigir a un conjunto italiano. “Es como un ajedrez –dice–. Casi todos los movimiento­s tienen sentido”.

Aburrido, pero cierto. Esta Italia es la de siempre. Si acaso, con un hervor menos: no tiene astros ni referentes. Ni Vialli, ni Vieri, ni Balotelli... Aunque sigue siendo una grande. Y, como en el caso de Alemania, España o Francia, a eso se le llama oficio.

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MICHAEL SOHN / AP Giaccherin­i supera a Courtois, en presencia de Alderweive­ld, anoche en Lyon

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