Hungría: el imperio, la leyenda, el retorno
Tiene gracia, y es casi un milagro, que en el primer plato del menú del día de hoy haya un AustriaHungría. Tiene gracia porque ambos configuraron una de las grandes alianzas políticas del continente de los últimos dos siglos (existió entre 1867 y 1919, el territorio de nueve de los equipos presentes en Francia pertenecieron a un reino que llegó a tener 52 millones de habitantes y a ostentar un poder nada despreciable). Un milagro porque la presencia de Austria en una Eurocopa sin ser anfitriona (y como primera de grupo) no había sucedido nunca. Ver para creer. Ahora bien, que Hungría esté en una fase final incluso accediendo por la puerta de la repesca confirma que el cambio climático es más serio de lo que se creía.
La historia futbolística de Hungría pesa tanto que a veces no la dejado avanzar: el equipo hizo su último acto de presencia en un Mundial en 1986. En la Eurocopa fueron terceros en el 1964 y cuartos en 1972. Desde entonces, barbecho. Varios politólogos e historiadores han apuntado que el apoyo económico y los programas de tecnificación del gobierno comunista de Budapest después de la Segunda Guerra Mundial dieron sus frutos deportivos. La inversión estatal unida al talento de los Puskas, Hidegkuti, Czibor, Bozsik y Kocsis, primero, y de Florian Albert y compañía, años más tarde, dieron un rédito esplendoroso. Es cierto que no lograron el Mundial del 54, pero dejaron una leyenda imperial, como después la instauraría la Holanda de Cruyff. Los mismos expertos apuntan que, a medida que el país (dirigido durante muchos años por János Kádár) perdió fuerza, también lo hizo el equipo de fútbol. Las fechas en todo caso coinciden, pero la relación entre inversión y resultado es más difícil de contrastar que el actual apoyo que el gobierno húngaro ha brindado al fútbol a base de talonario. Una orden directa de su primer ministro, el controvertido dirigente conservador Víktor Orbán.
Orbán y Kádár son dos figuras antagónicas que se relacionan directamente. El dirigente socialista optó por un cierto aperturismo en los sesenta e impulsó el comunismo goulash, una variante que buscaba establecer relaciones con los países del otro lado del Telón de Acero sin que el Gran Hermano Moscovita se enfadara y volviera a enviar los tanques aplastando la revolución de 1956. Orbán, por su lado, gobierna un país que estuvo en el Pacto de Varsovia y que hoy forma parte de la tanto de la OTAN como y de la Unión Europea con la salvedad que el gobierno de Budapest se ha convertido en uno de los socios más euroescépticos y enconados con Bruselas. El actual primer ministro es muy futbolero. Fue jugador en sus años mozos y desde 2010, en su segundo mandato, ha destinado una parte respetable de impuestos a la formación de base y a la remodelación o construcción de los estadios de fútbol, incluido el de su ex club. A eso se le llama intervencionismo estatal. Como en los viejos tiempos.