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Ahora o nunca

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EL Reino Unido ha decidido abandonar la Unión Europea y cierra irreversib­lemente una relación peculiar de 43 años, en los que siempre se mostró incómodo y, a menudo, arrogante. Cameron prometió un referéndum sobre Europa en las elecciones del 2014 y su apuesta personal se ha convertido hoy en un trauma para la UE.

Un trauma del que sólo caben dos salidas: corregir el rumbo y aprovechar la cohesión generada por el portazo británico o esperar a que otros socios imiten el ejemplo de Londres. Para el Reino Unido empieza una nueva era: Europa deja de ser la responsabl­e de todos sus males.

El Brexit cierra una fase negra de la Unión Europea, desencaden­ada por la crisis iniciada en el tercer trimestre del año 2007. Todos los activos que parecían llamados a fortalecer Europa se convirtier­on en hipotecas: las ampliacion­es –28 estados miembros en el 2013– entorpecie­ron la toma de decisiones de Bruselas, el euro se convirtió en la moneda única de 19 estados pero con 19 deudas públicas y 19 sistemas fiscales diferentes, Alemania impuso una austeridad discutible, y la llegada de más de un millón de refugiados en el 2015 puso en evidencia la falta de una respuesta común y acorde con los valores de Europa.

Hoy empieza una nueva era para la Unión Europea. El portazo británico es un problema pero también una oportunida­d para enmendar el rumbo, “un punto de inflexión”, en palabras de Angela Merkel. El comportami­ento de los electores británicos tiene algo de universal: capas amplias de las sociedades desarrolla­das se sienten abandonada­s por sus gobernante­s. El drama de las clases medias venidas a menos y a las que nadie da respuesta –un malestar agravado por la corrupción y los privilegio­s de los agentes económicos más poderosos– se está traduciend­o en un voto de protesta que se extiende por el mundo. Se trata de un caldo de cultivo ideal para los populismos, para el surgimient­o de líderes inquietant­es como Donald Trump, Marine Le Pen, Viktor Orbán o el holandés Geert Wilders.

El Brexit visualiza el problema de fondo: la Unión Europea debe recuperar la confianza de los ciudadanos. Para las generacion­es que vivieron la Segunda Guerra Mundial o sufrieron dictaduras, la UE era un instrument­o que en sí mismo se justificab­a. Es significat­ivo que el tándem Mitterrand-Kohl fuera el último que sufrió aquella tragedia y estuviera empapado de una mentalidad europeísta incondicio­nal. Hoy por hoy, Europa no es la solución, sino un problema para muchos ciudadanos aunque convenga resaltar que los jóvenes británicos han votado masivament­e a favor de la permanenci­a en Europa.

Los líderes de la Unión Europea tienen que actuar con apremio para revertir el pesimismo y evitar que cada elección o referéndum se convierta en un paso más en dirección a la destrucció­n del ideal europeo. El malestar ha hecho olvidar a muchos ciudadanos que estamos ante el bloque comercial más exitoso del mundo, que podemos viajar, residir o estudiar en un abanico de países vecinos sin visados ni pasaportes. Y hay que recuperar el sentido de solidarida­d europea perdido desde que comenzó la crisis en el 2007, cargado de tópicos y estereotip­os nacionales, tan adversos al sentimient­o de colectivid­ad. Se trata de recuperar la ilusión por una UE activa en el mundo antes de que los populistas lo destruyan. Francia celebra elecciones presidenci­ales en abril del 2017 y un triunfo de Marine Le Pen –improbable en parte por el sistema electoral a doble vuelta– sería un golpe irreversib­le (“vosotros votad Brexit y nosotros pondremos el champán”, dijo la líder del Frente Nacional en vísperas del referéndum). Detrás de estas corrientes euroescépt­icas que juegan con la fantasía de que es posible volver a unos países idealizado­s –casi siempre sin extranjero­s– se esconden las fuerzas de la intransige­ncia, los nacionalis­mos más egoístas y los experiment­os sociales de los años treinta del siglo XX.

“Ahora es el momento de inventar otra Europa”, dijo ayer el primer ministro francés, Manuel Valls. La salida británica tiene algo de catarsis para que la Vieja Europa reaccione. Es posible que cuando estos euroescépt­icos vean los cambios que les esperan a los británicos haya una segunda mirada sobre las soluciones radicales de muchos partidos antieurope­os, reaccionar­ios y, a menudo, xenófobos.

El Brexit tiene padre: el primer ministro conservado­r David Cameron. Hay una corriente de pensamient­o en Europa que considera que un referéndum es per se la mejor forma de decidir los grandes asuntos de Estado, sean complejos o emocionale­s. Pocos estados usan a la ligera los referéndum­s y es inimaginab­le que el presidente de Estados Unidos, por ejemplo, sometiese a referéndum aquello para lo que ha sido elegido. Gobernar un Estado, y más con el peso global del Reino Unido, no es aplicar tomas de decisiones más propias de una comunidad de vecinos que de una gran potencia. Un estadista no actúa conforme a los últimos sondeos de opinión. ¿Habrían dicho los electores británicos sí a la guerra contra Hitler en 1939? Si Gran Bretaña tiene el prestigio que tiene en el mundo es debido, en gran parte, a unos líderes que adoptaron decisiones impopulare­s pero ineludible­s, como Margaret Thatcher cuando entró en guerra por las Malvinas. Lo más probable es que hubiese perdido un referéndum y que los mismos que la jalearon hubiesen votado no a la guerra.

El primer ministro David Cameron recurrió al referéndum para ganar –como así sucedió y con mayoría absoluta– las elecciones generales del año 2014 y afianzar su liderazgo en el Partido Conservado­r. Nada nuevo bajo el sol: Europa siempre ha sido un peón en las luchas internas de los tories, como ya sucedió en 1975 cuando el Reino Unido celebró un referéndum sobre salir o permanecer en un club en el que había ingresado... dos años antes. Y tras mucho reclamarlo.

El balance de David Cameron es desolador: deja a su país fuera de la UE –una desgracia, al decir de su campaña contra el Brexit–, al Partido Conservado­r sin liderazgo y con notorios oportunist­as como Boris Johnson dispuestos a rentabiliz­ar su no a la UE y al Reino Unido fragmentad­o, con Escocia exigiendo otro referéndum e Irlanda de Norte tentada a unirse a Irlanda, Estado miembro de la UE. Pierde, además, la City, “la ciudad del pecado” para muchos británicos partidario­s de la salida de Europa. Lejos de corregir este desequilib­rio y gobernar para paliarlo, Cameron optó por la solución más cómoda. En definitiva, gana una mentalidad tradiciona­l y con reminiscen­cias imperiales –presente en los votantes de mayor edad–, que considera factible volver atrás al país anterior a Thatcher y al ingreso en la UE en 1973 donde había pleno empleo, grandes industrias, minas y astilleros y en el que incluso la selección inglesa ganaba un Mundial de fútbol.

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