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Mujeres más formadas, cambio de valores y dificultades económicas mantienen a los treintañeros en casa de sus padres
Sociólogos y demógrafos aseguran que el porcentaje de treintañeros españoles que residen en la casa familiar es muy elevado y que el retraso de la cohabitación en pareja es un fenómeno al alza.
Cada vez nos emparejamos menos y más tarde. En Estados Unidos, por primera vez en más de 130 años, son más los jóvenes de entre 18 y 34 años que viven con sus padres que aquellos que conviven con su pareja, según ha puesto de manifiesto un reciente análisis del Pew Research Center. En España este análisis retrospectivo no se ha hecho, pero sociólogos y demógrafos aseguran que el porcentaje de treintañeros que residen en la casa familiar es muy superior al de los estadounidenses –ocho de cada diez menores de 30 años y uno de cada cuatro entre los 30 y 34 años, según el Observatorio de la Emancipación del Consejo de la Juventud– y el retraso de la cohabitación en pareja es un fenómeno al alza.
En realidad, explican los demógrafos, lo que ha aumentado de forma significativa en las últimas décadas no es el número de jóvenes que residen con sus padres sino la cifra de los que no se emparejan. Si en 1991 el 64,6% de los varones y el 51,8% de las mujeres de entre 18 y 34 años vivían sin pareja, en el censo del 2011 esos porcentajes habían subido hasta el 78,9% y el 68,6%, respectivamente.
Y la tendencia se ha mantenido e incluso acentuado en los últimos años, como muestra el gráfico elaborado por el catedrático de Sociología de la Uned, Luis Garrido Medina, a partir de los datos de los más de 11 millones de entrevistas que recoge la Encuesta de Población Activa (EPA). “Entre los chicos el porcentaje de emparejamiento es muy bajo, a los 29 años sólo uno de cada cinco vive en pareja y entre los 30 y 34 sólo la mitad”, comenta Garrido. Y explica que entre las mujeres el porcentaje es superior “porque estudian mejor, acaban antes de formarse y a menudo forman pareja con chicos de más edad”.
El primer impulso es atribuir este fenómeno a la crisis y las dificultades económicas que sufren los jóvenes. Sin ninguna duda el elevado nivel de desempleo, las dificultades para acceder a una vivienda en alquiler, o para conseguir una hipoteca con la que comprarla, influyen. “Nuestro estado del bienestar está orientado hacia las personas mayores pero olvida a los jóvenes, que quedan bajo el amparo de sus familias; y cuando se integran laboralmente afrontan una elevada precariedad, trabajo temporal, mayores riesgos laborales que afectan incluso a su salud, y el mecanismo de adaptación de los jóvenes es claro: retrasar la edad de emancipación, retrasar la maternidad y la paternidad y quedarse en casa de los padres, claro”, opina Antonio López Peláez, catedrático de Trabajo Social de la Uned.
Pero las estadísticas muestran que durante los años más duros de la crisis se ha mantenido o incluso ha crecido el número de jóvenes con hogar propio, sobre todo en la franja de 25 a 29 años, lo que sugiere que hay más razones que las económicas que impulsan a los jóvenes a no irse a vivir en pareja. “Si el retraso se diera principalmente en los grupos con menos ingresos pensaríamos que es un tema de falta de recursos, pero observamos que quienes posponen de forma más evidente la cohabitación son jóvenes con buenos trabajos y muchos estudios, así que quizá la decisión tiene que ver con una nueva concepción del mundo, con el hecho de que formar una familia ya no es esencial en la sociedad, con que nos gusta sentirnos libres, tener flexibilidad, alargar la juventud de forma indefinida, y la vida en pareja no acaba de colmar las expectativas individuales, que hoy pesan mu- cho”, explica el director del Centro de Estudios Demográficos de la UAB, Albert Esteve.
A la falta de recursos o el cambio de valores o ideales se suma un tercer elemento que, para algunos demógrafos, resulta determinante en las parejas heterosexuales: en una sociedad más igualitaria y con mujeres muy bien formadas, las jóvenes no en-
Por primera vez en 130 años, hay más jóvenes viviendo con sus padres que en pareja
El porcentaje de los que viven sin pareja entre los 18 y los 34 años sube 15 puntos en diez años
cuentran hombres “óptimos” para emparejarse. “Hay bastante debate entre los investigadores sobre por qué los jóvenes no toman la decisión de convivir o de tener hijos; para unos responde a la idea de no comprometerse, pero otros creen que si las mujeres encontraran hombres apropiados se emparejarían y tendrían hijos, y ponen como ejemplo los países nórdicos, donde está repuntando el modelo tradicional de familia con hijos porque allí se ha completado la revolución de género y los hombres se ponen el delantal y ayudan con los hijos, lo que propicia parejas más estables que deciden convivir y tener descendencia”, relata Esteve.
“Han cambiado los patrones de emparejamiento y las preferencias, y en España cada vez hay más mujeres más educadas, con más poder de negociación en el seno de las parejas, y como entre los hombres queda mucho por hacer para lograr que se responsabilicen del hogar y de los hijos y encima el mercado laboral es complicado, ellas se lo piensan más”, indica Teresa Martín, investigadora del Grupo de Dinámicas Demográficas del CSIC.
Y detalla que el actual desequilibrio en el mercado matrimonial tiene que ver con que “los hombres suelen preferir una pareja con un nivel educativo inferior o igual al suyo, mientras que las mujeres prefieren alguien con un nivel igual o superior”. Pero hoy las jóvenes tienen un nivel de formación superior al de los varones –el 48% de las chicas de entre 30 y 34 años tiene estudios superiores, frente al 36% de los chicos de esas edades–, de modo que cada vez hay menos “oferta” de hombres para aquellas universitarias que querrían, como primera opción, a alguien igual o más educado que ellas.
Martín precisa que para este perfil de mujeres, que se plantean una carrera en un duro mercado laboral, “el hecho de que un hombre se responsabilice de las tareas domésticas y de cuidado puede suponer un atractivo que compense en cierta manera un nivel educativo inferior al suyo” y que las anime a asumir compromisos a medio y largo plazo y embarcarse en una convivencia.
Porque otra de las cuestiones que ha cambiado es que hoy no hay presión social ni familiar para que los jóvenes se vayan de casa ni se emparejen. “Hubo una época en que la sexualidad, cohabitar y tener hijos iba todo junto, pero hoy esas tres cosas se han desvinculado y además se han separado en el tiempo, y es probable que las primeras relaciones sexuales sean hoy más tempranas que nunca y la primera maternidad más tardía que nunca”, ilustra Garrido.
“Hace tiempo que la sexualidad va por caminos separados del matrimonio o de la formación de pareja estable, y que se rompió el binomio matrimonio-hijos; y ahora también se está rompiendo el binomio pareja-hijos, porque cada vez son más los que deciden tenerlos solos, así que ni el sexo ni la descendencia son ya razones para formar una pareja”, coincide Esteve.
Y son estos y otros cambios sociales los que, a juicio del director del Centro de Estudios Demográficos de la UAB, más pesan en la poca urgencia que tienen los jóvenes actuales en vivir en pareja, incluso más que la precariedad del mercado laboral. “Los nacidos en los 90 no tienen las mismas oportunidades que sus padres, que nacieron en los 60 o 70, pero tampoco el mismo paradigma, y no tengo claro que unas mejores condiciones laborales fueran a suponer una vuelta a la familia tradicional; creo que la gente usaría la seguridad en el trabajo para otras cosas, porque observo que los jóvenes ahorran para irse un par de años a viajar por el mundo, y que rechazan proyectos en la universidad porque no les apetecen y prefieren moverse”, razona.
CAMBIOS SOCIALES Los demógrafos creen que faltan hombres “óptimos” para mujeres con alto nivel educativo
MÁS EXPECTATIVAS INDIVIDUALES Quienes más posponen la convivencia son jóvenes con trabajo y muchos estudios