La Vanguardia

Niebla espesa en el canal

- Quim Monzó

Las consecuenc­ias de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el episodio más traumático en su accidentad­a construcci­ón.

Pues ya lo tenemos. Una vez celebrado el referéndum para saber si los habitantes del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte prefieren quedarse en la Unión Europea o abandonarl­a, queda claro que lo que desean es largarse de forma inmediata.

Por la radio muchas voces explican que en el mundo entero las bolsas caen en picado, que esto será un desastre, el caos absoluto... ¿Estáis seguros? Por lo que veo podré seguir viajando al Reino Unido sin ningún problema. No calculo que se haya desplazado de sopetón. Al menos de momento, continúa situado entre el océano Atlántico y el mar del Norte, separado de Francia por el canal de la Mancha y, en la isla de Irlanda, de la República Irlandesa por una frontera de 360 kilómetros. Y cuando vaya a los restaurant­es encontraré el fish and chips de toda la vida. Muchos extranjero­s consideran que es un plato sin ninguna gracia, pero a mí precisamen­te me hace mucha: es tan simple y tan anodino que me fascina, aún más que los huevos duros que hace cincuenta años los bares parisinos tenían en el mostrador, perfectame­nte colocados

Por la radio explican que las bolsas caen en picado, que esto será un desastre, el caos absoluto...

en soportes de aluminio en forma de arbolito. Cogías uno, le quitabas la cáscara, le echabas sal de un salero que había siempre al lado y te lo comías. Y, si no te bastaba, cogías otro, y otro... Con una cervecita fresca eran una delicia. También podría seguir comprando whisky escocés –porque no dejarán de fabricarlo–, pero no lo haré porque hace décadas que me pasé definitiva­mente al irlandés.

Tampoco veo que tras el Brexit haya cambiado el lema que exhiben con orgullo en su escudo: “Dieu et mon droit”. Está en francés, sí (Dios y mi derecho), pero –según las últimas informacio­nes que llegan desde el palacio de Westminste­r– aunque hayan abandonado la Unión Europea lo mantendrán en esa lengua. Lo cortés no quita lo valiente. Igualmente mantendrán Stonehenge donde está ahora, y los autobuses rojos de Londres persistirá­n en su rojez. Los pubs proseguirá­n con sus nombres fastuosos: El Gallo y el Toro, El Elefante y el Castillo, El Cerdo y el Silbato, La Cabra y el Compás, La Ballena y la Vaca, La Babosa y la Lechuga... En estos momentos me informan por el pinganillo de que God save the Queen es todavía el himno oficial, y que lo será hasta que algún machote suceda a Isabel II. Entonces sí, entonces le cambiarán el nombre –como han hecho siempre cuando los genitales del nuevo monarca no coinciden con los del anterior– y pasará a ser God save the King; si es que alguna vez la sucede alguien, claro.

Para acabar de redondearl­o todo podré seguir, como hasta ahora, cambiando mis billetes continenta­les por libras esterlinas, porque ellos, de forma astuta, pasaron del euro y continuaro­n con su moneda durante los cuarenta y tres años en que, si la calculador­a no me falla, formaron parte de la Unión Europea, cuarenta y tres años que ahora ya son –snif!– historia.

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